He terminado mi lectura del magnífico libro Brujería e Inquisición en Aragón, de Ángel Garí. No deja de sorprenderme la fascinación que el tema de la brujería, en su vertiente histórica, antropológica y folklórica tiene en mí. Cada lectura supone un nuevo descubrimiento o una reafirmación de conceptos nebulosos que se van clarificando.
El tema de la brujería es un recurrente universal asociado a una cosmovisión, a una forma de relación hombre / universo muy determinada. Llegamos a la frontera donde la Ciencia o no existe o se hace insuficiente para interpretar o controlar el Universo o partes significativas de él, donde se hace necesario crear y creer en unas leyes que nos permitan interactuar, tener la sensación de que somos capaces de hacer algo, dejarnos con la tranquilidad en el cuerpo de que todavía tenemos una cierta capacidad de dominio.
Hablamos del pensamiento mágico, un campo histórico fascinante donde se bucea tanto en la Historia, como en la Antropología, como en la Religión, donde el teorema se ve sustituido por el mito, donde el experimento fenece en detrimento del rito, donde la experiencia desparece en aras de la tradición.
No me considero un supersticioso, no doy crédito a esa visión; pero sin embargo no dejo de emborracharme con su penetración, con su capacidad de ilumina ciertos recovecos del alma humana con otra luz. Nos lo creamos o no todavía nos vemos influidos por todo esto, son demasiados los arquetipos que se crearon, múltiples los paradigmas culturales y psicológicos. Y con esto lo que quiero decir es que, aún cuando ese pensamiento mágico no nos sirva para interpretar el universo, sí tiene la capacidad manifiesta de enseñarnos a comprender algunas de las actitudes del hombre, de su expresiones, de su emotividad; y es ahí, precisamente, donde reside su importancia.