miércoles, mayo 30, 2012

Proximamente...

En ocasiones uno necesita ser clásico, académico. Otras la historia y la imaginación se liberan, rompen ataduras y se produce la deflagración.


¿Es posible que un universo de fantasía anide en otro? ¿Que los seres de una imaginación  y los monstruos de otra se integren e interaccionen sin que el resultado parezca pretencioso, descabellado y fallido?

Lo dicho: a veces hay que correr el riesgo.

Próximamente, el resultado, el examen del lector, la cizalla del aficionado.

viernes, mayo 18, 2012

Básicos del terror: "Che gelida manina", Robert Aickman

Tiene la misma textura que la emoción que suscita un atardecer en la montaña, cuando oscurece, las sombras se alargan y la brisa baja por las laderas, trenzándose entre los pinos. Tiene la misma textura que ese primer trago de un buen malta, cálido, amable y al mismo tiempo retador. Textura de una cerveza de abadía, espesa, fragante, aterciopelada. Tiene esa misma textura que la caricia al descuido de un niño... Y así hasta el infinito. 

Ayer, cuando terminé de leer este relato del señor Aickman, volví a sentir esa emoción contenida que solo algunas pocas creaciones son capaces de suscitar en el espíritu... 

Sí, ya sé que el lenguaje que uso adolece de un sentido retorcido del barroquismo, tiene el olor a espacio cerrado de lo finisecular, pero me da igual: es el lenguaje que mejor transmite, en este caso, la emoción de la lectura. Y aunque las expresiones, las maneras, pueden atufar a rancio, por favor, no se les ocurra pensar lo mismo del relato origen de este comentario. Porque cometerían un grave error; sí, gravísimo error.

Y hablo de textura, sí, lo hago porque el término ha surgido de forma inconsciente y me he dado cuenta que se adecua perfectamente al juego de sensaciones/emociones que se puso en marcha durante y tras la lectura del relato. Aickman no es un escritor de "terror" al uso,es  quizá un escritor de texturas, aunque a él le gustaba más que se le considerara un "escritor de lo extraño". Acertada definición. Los relatos de Aickman tienen una textura especial, extraña, que los hace únicos. Juega al terror ocultando el terror, huyendo de él. Son pocas las veces en las que este se hace explícito, y cuando sucede, su presencia es fugaz.


"Che gelida manina" es un relato que comienza con un elemento cotidiano tan inofensivo o brutal, según se mire, como es el teléfono. Supongo que esa es una de las razones por las que lo considero tan bueno: el uso de lo cotidiano para forzar la presencia del terror, para hacer ese terror accesible, inmediato, sin necesidad de recurrir a situaciones ni elementos que requieran una excesiva suspensión de la incredulidad. Es un relato que hipnotiza, uno donde los tempos de la narración están perfectamente medidos: lentamente, a través del protagonista, vemos, percibimos y sentimos los cambios a los que este está sometido por el desarrollo (deterioro) progresivo de los acontecimientos:  misterio, soledad, extrañeza, necesidad, aprensión, angustia  y por último horror. Aickman crea un sendero milimétrico de emociones, un mecanismo de relojería preciso. Y lo que le dota de ese, permítaseme llamarlo, encanto, a la narración, es la forma en la que lo hace: sin la utillería tópica del cuento de terror; sino mediante la sugerencia, la sombra, la negación y la psicología más  íntima del personaje. Sí, definitivamente el escalofrío surge con mayor energía cuando más escondida y elusiva es la sugerencia del foco del terror, sugerencia, que no presencia.

No en vano, es en nuestra mente donde nace el horror. Es ella quien optimiza el proceso, lo conjura y llama atendiendo a las formas y medios que alimentan nuestros propios miedos.

Un consejo. Corran a comprar, a hacerse con alguno de los libros de Aickam, de él o donde él aparece, da igual. Sumérjanse en su particular visión del terror... y si leen este relato, a deleitarse con la escena final.

lunes, mayo 14, 2012

El bueno, el malo y Reilly

Corrían los ochenta. Yo era un crío, leía mucho y veía todo el cine que podía, cine de los ochenta y clásico. Y no voy a negarlo, todavía no había definido con claridad mis gustos y, sobre todo, las bases sobre las que poder argumentar esos gustos. Así que tragaba todo..., a esa edad no hay problema, uno se come cualquier cosa, hay tiempo, hay esperanza, la sensación de que el reloj corre en contra de uno no existe ni en la imaginación más pesimista.

Alimentarnos, nos alimentábamos con el menú básico de buenos y malos; los buenos nos gustaban, buscábamos imitarlos, y los malos, también nos gustaban, pero no de la misma forma, joder, siempre perdían o resultaban ser más tontos que el protagonista de turno.Tenían que perder, ese era el objetivo. Los medios tonos, las sobras y degradados, todavía no tenían espacio en nuestra mente o quizá sí y no éramos conscientes de ello; vivíamos en un beatífico maniqueísmo.

Pero llegó Reilly, la serie de la BBC "Reilly, as de espías" emitida en TVE, protagonizada por un espléndido Sam Neil, y todo cambió.

Quizá todos tenemos un momento en el que nos damos cuenta de que no todo es blanco ni negro, que "el bueno" puede ser un redomado hijo de puta, pero uno de verdad, sin un código de moral propio, ni uno de esos de novela negra: jurídicamente no sostenido, pero sí social y emocionalmente aceptado. Un día aparece un hijo de puta que en demasiadas ocasiones se comporta como el malo, que es ambiguo y usa esa ambigüedad como un arma más para lograr sus objetivos. Y que, aunque rompe las reglas, nuestra reglas, nos atrae..., y no porque nos atraiga la maldad, no, sino porque, de repente, hemos dado el paso, hemos madurado y nos hemos abierto a un nuevo juego, no de valores, sino de una nueva forma de valorar.  El día en el que el bueno pierde y el malo gana, y no lo vemos mal, lo vemos real.

La luminosidad del blanco, el poder aterrador del negro se diluyen un poco y dejan espacio al gris. Lo ambiguo despliega su capacidad de seducción y, a partir de entonces, nada es igual

Hace poco recuperé la serie y la vi. De nuevo me impactó, de nuevo saboreé la pérdida de la inocencia artística, de la inocencia moral.