jueves, marzo 26, 2009

Queja silenciosa II

Continúo con la misma cantinela o lamentación. Quejarse es muy español, tan español como hacerlo sin ofrecer soluciones, tan patrio como hacerlo buscando una teta a la que agarrarse y prostituirse...
Ismael, compañero en Nocte, lo deja claro en el comentario al hilo de la entrada anterior a esta.
Busquemos donde busquemos, no encontramos una obra maestra del terror -actual- ni aunque escarbemos con denuedo o nos esforcemos en bajar algo, sólo un poco, el nivel. Ya no hablo de modernización del género, de búsqueda de nuevas formas narrativas, me centro en lo esencial: en ese sentimiento de ahogo, de sana envidia, de fascinación, de temblor que una buena obra nos produce. No un mero apalancamiento en el tópico ¡qué original! ¡Qué buena idea!
Uno intenta racionalizar la búsqueda de razones, y se encuentra varias... unas mejores que otras.
¿Nos hemos vendido a la comercialidad? No sé, para ello el género debería ser comercial. Este elemento influye más en las obras que las editoriales traen de otras latitudes. Aunque es de sobra evidente que argumentos, subgéneros y formas narrativas se pliegan a estructuras muy específicas, a tendencias más estéticas, tirando el concepto de estético por el de moda más que por el de belleza, claro está.
El género de terror es un género que se autofagocita en una espiral recurrente; recurre a sí mismo, no sale de su madriguera del fandom, del pasado, de los maestros que han creado afición y adicción, de los homenajes que sólo nos sumergen en una camino de endogamia. Reconozco que es un lastre difícil de dejar de lado. Los lectores de terror, por infortunio, parecen ser adictos a una sola droga; todo lo que se salga de su dosis deseada es desterrado. Sé que es una generalización, y que como tal pude ser errónea o como poco desafortunada, pero cada vez que entro en foros, releo revistas y antologías y las reacciones que concitan, termino por doblegarme a ella, entristecido.
Ismael tiene razón. la actual generación de escritores de terror debemos desprendernos de viejos lastres [me incluyo en la lista negra, uno como creador también peca y se somete a ciertas tendencias, pues la inercia es muy fuerte].
Los creadores de terror actuales debemos salir de nuestra guarida cómoda y adocenada; necesitamos desprendernos del tufillo de autosatisfacción que cercena la necesaria capacidad crítica. Hay que leer, mamar, disfrutar y aprender de todo tipo de literatura. Estudiarla, analizarla, ver qué hace que haya obras espléndidas más allá de su mero argumento o inclusión en una inmunda lista de "géneros", reciclarla, digerirla y asumirla en nuestra labor de creación.
Repito, nos quejamos [y no sin razón] que el género de terror está metido en un agujero que pocas editoriales y lectores osan hollar. Decimos que somos unos incomprendidos, no sin buena parte de razón, pero poco se puede hacer si intentamos quitarnos esas cadenas ajenas a nosotros sin ofrecer un producto de calidad literaria.

miércoles, marzo 18, 2009

Queja silenciosa

La palabra más acertada que describe la sensación de fondo que domina a un aficionado a la literatura, y en concreto a la de género —de terror— es “desencanto”. A veces uno tiene la ocurrencia de que tras el apellido se esconde una gran suma de mediocridad mal disimulada. Llevo demasiado tiempo tragando basura catalogada como lo contrario. La percepción general es la de que, si el asunto está etiquetado y encorsetado en un dominio bien definido por el fandom, por el mercado editorial, por la costumbre… el nivel de exigencia se diluye como el buen alcohol en un mal combinado. El género terrorífico tiene muchas rémoras: sociales, artísticas, culturales, pero una de las fundamentales es su mayoritaria falta de calidad. Uno tiene la certeza de que todo vale: vale una buena idea, una idea supuestamente original, fantástica; u otra que juegue en los bordes del buen gusto, que juguetee con la polémica o sobrepase fronteras; sin olvidar aquellas otras, miríada insoportable, que meramente se quedan en un aluvión de párrafos cuajados de expresiones sombrías, de un goticismo trasnochado y vacío.
Y es que esto es algo perdonable en aquellos que dan sus primeros pasos. Todos hemos experimentado, copiado estilos; todos nos hemos dejado llevar por el frenesí que despierta una idea especial en nuestra mente creadora… Sí, pero debe llegar la hora en la que apliquemos un concepto que va más allá, un concepto que convierta una simple idea en literatura, a secas, sin apellidos:
Profesionalidad.
Y no hablo de vivir de la literatura, eso es difícil, hablo de aplicarse en serio sobre lo que se escribe, de no quedarnos en meros espantajos con los que pasar el rato y asustarnos de la misma forma que lo hace un niño de diez años.
Contar una historia es algo hermoso y laborioso; no solo se ha de tener en cuenta la musa, el ardor creativo, la imaginación desatada. También hay que aplicarse con esas otras cosas más serias, aburridas y costosas como son la gramática, el estilo, la ortografía, la corrección, el uso del lenguaje, el estudio de las tramas y de los personajes…
Tantas cosas que echo en falta en gran parte de lo que he podido ir leyendo a través de estos años.
¿Y a qué viene este exabrupto?
A que anduve leyendo los Cuentos de Ernest Hemingway, que ahora ando enfrascado con la deliciosa y profunda lectura de Torrente Ballester y sus Gozos y Sombras, a que apenas encuentro ejemplos así reflejados en los metros de anaqueles llenos de obras de terror y similares. Quizá no deba preocuparme, aparentemente los objetivos de ambas literaturas son paralelos, pero diferentes, pero el mero placer de la lectura, la introspección posterior, me dicen que no, que la calidad y el buen hacer, el genio—aunque sea en minúscula—, si se me permite, es tan necesario en un camino como en otro.

jueves, marzo 12, 2009

Agradecimientos y autobombo

Dos colegas y compañeros se han molestado en plasmar su opinión acerca de la antología "Calabazas en el trastero".
Sergio Mars, crítico inmisericorde y exigente, en su blog Rescepto indablog, y Juan de Dios Garduño en "El argonauta".
Agradezco los elogios. "Cosecha de huesos" es una de esas creaciones impulsivas que nació y creció nada más haber recibido la propuesta de colaboración en el número dedicado a los entierros, con fuerza, como si ya existiera de antemano en mi pobre imaginación:
Les dejo con los comentarios

Uno de mis cuentos preferidos de la antología es “Cosecha de huesos”, de José María Tamparillas (autor al que ya publicamos un cuento relacionado con un entierro en el número 5 de Rescepto). El texto nos presenta a Lucas, un labrador pobre en cuyos terrenos no deja de exhumar huesos. Me atrae por dos motivos. Por un lado, hay una escena hacia el final que se erige como la más impactante (para mí) de la antología, mientras que el resto del relato se sustenta en un uso bien medido de motivos recurrentes y la cuidadosa arquitectura del esquema clásico de presentación, nudo y desenlace.

Sergio Mars [Rescepto, reseña completa]

Creo que nos encontramos ante uno de los mejores relatos de esta antología. Ya de por sí, leer este relato merece la compra del libro. Terror psicológico rural, con un personaje sólido. Magnífica lapidaria frase: La tierra llama a los muertos.

Juan de Dios Garduño [El argonauta, reseña completa]

Gracias a ambos.

miércoles, marzo 11, 2009

Déjame entrar

La literatura de terror bucea en los rincones oscuros, en algunos casos bordea las fronteras y llega a convertirse en un trasunto que se acerca a la pura literatura psicológica. la búsqueda del miedo, de la producción del miedo y la inquietud, ofrece muchos senderos, siendo el mestizaje, usando un término muy de moda, que no el concepto, que ya es añejo, una de sus armas fundamentales.

Déjame entrar es un excelente ejemplo de ese mestizaje, de esa mistura delicada y precisa en el que vemos el clasicismo revisitado, renovado en cierto modo, aderezado con elementos comunes a la literatura contemporánea que hacen su lectura absorbente, cargada de interpretaciones.
Recomiendo, no, exijo, a cualquier amante del terror hacerse con este ejemplo de buen hacer; nos reconcilia, nos ilusiona. Quizá se deba a la frescura de la novedad, pues últimamente la literatura nórdica, con esa visión de la vida, de la sociedad y del comportamiento humanos, tan particular, ha irrumpido con fuerza en las mesas de las librerías y los anaqueles de los lectores.

John Ajvide Lindqvist rebusca en la cotidianidad más dura. Enmarca una historia de vampirismo, en otra, fascinante de deseo, soledad, crudeza y sufrimiento. No hay lenitivos, tanto en la figuración sobrenatural, como en el entorno social y personal. No hay adornos, no hay pagos a una visión mitificada del monstruo, si acaso una cierta introspección más emocional que ontológica, que subraya la diferencia esencial, la crueldad necesaria, intrínseca a la supervivencia.

La novela funciona como una precisa maquinaria, complicada, pero perfectamente ajustada. Quizá a veces nos aturda la propensión del autor hacia el detalle en los personajes, por muy fugaces que sean, por ese seguimiento, casi puntilloso de sus pensamientos y acciones. Sin embargo eso nos acerca, nos sumerge de forma obsesiva, aunque incómoda, en el universo personal que se nos retrata.

Lo cierto es que ha sido un grato descubrimiento. Un aviso de que cualquier creador puede contar todavía mucho y bien: el río no se ha secado.

P.D.
Y la película, la primera, la europea, parece tener excelentes críticas... la esperamos con ansia.

domingo, marzo 01, 2009

Ejercicio de estilo

Todo creador tiene referentes, también maestros, y además algo de lo que no debe sustraerse: ejemplos de diversos estilos de escritura. Da igual si posee ya un estilo definido, jamás debe dejar de aprender, da igual si luego aplica o experimenta, al menos tiene la obligación de observar y constatar esas otras formas de narrar que puede dejar un residuo beneficioso en su forma de escribir.
¿A qué viene esto?
Debido a una convalecencia, he tenido bastante tiempo para leer como hacía años que no podía por falta de ese mismo tiempo. Y en estas que volvió a caer en mis manos una de las obras más peculiares del maestro Hemingway: París era una fiesta.
El autor norteamericano debe ser siempre un referente para cualquier escritor. Uno de palpar, saborear su peculiar estilo, esa forma directa, sencilla —que no por ello fácil— y hermosa de contar. Si se escriben relatos, los suyos son el mejor ejemplo de la perfección en su concisión y estilo, narraciones en las que el peso recae sobre el diálogo, apenas descriptivas, y no por ello menos pobres en emociones y fuerza. Decirlo todo sin describir apenas nada, una bandera que de vez en cuando debemos ondear, forma de expresión a experimentar para pulir nuestra propia capacidad de concisión y profundidad.
Como escritor centrado en la narrativa de terror, no viene mal dejarse llevar por la forma de expresarse del genial autor, separarse momentáneamente del natural apego hacia la fanfarria sobreadjetivada, la descripción, el ambiente y centrarse en la trama, los personajes, sus sensaciones, acciones diálogos y silencios.