Fue en una reunión de amigos, una de esas de domingo por la tarde: picoteo informal, algún juego donde no se tenga que pensar mucho, un rato de puesta en común, futuras quedadas… y la pregunta del millón.
¿Oye, tío. Y tú de dónde sacas las historias, el material, para tus relatos?
Así, a bocajarro, sin preparación previa, ni calentamiento, ni periodo de reflexión.
Y claro, me pusieron en un aprieto porque no soy uno de esos escritores que se pueden catalogar como de método.
Desde que el hombre es hombre, aprendió a escribir y editó, surge la duda del origen de la creatividad, de los diferentes métodos, escuelas y trucos. En mi caso soy de los que tiene la certeza de que una historia es como un ser vivo: o sea que se desarrolla solo.
Pocas veces me hago esquemas previos. La idea aparece como por arte de magia. A veces posee un disparador puntual, una noticia, un comentario, una imagen. Otras no hay nada que pueda considerarse como origen claro… unas pocas son obsesiones que continuamente rondan por la cabeza de este pobre creador.
Pero lo común a todas ellas es que se desarrollan conforme los folios avanzan: historia y personajes. Es como si el carácter se fuera perfilando a cada golpe de párrafo, como si a cada página adquiriera una mayor corporeidad y consistencia. A veces me asombra este proceso inconsciente de ensamblado, otras me asusta cómo esta construcción sobre la marcha que cierra los flecos con una flexibilidad apabullante, con certero atino… tengo la sensación en algunos casos de que todo el relato ya está formado en una pozo inconsciente y sólo soy un mero accesorio, el tipo que va al pozo, echa el cubo y va sacando y llenando el abrevadero.
Pero el momento de éxtasis surge cuando, en medio de la escritura, surge la idea feliz, el giro que ordena la barahúnda mental que se ha ido formando en el progresivo avance, que aclara todo, que deja a los personajes en su sitio y enfila el argumento por el carril correcto.- Como escritor, como creador no hay nada como es golpe de adrenalina, la euforia que se descorcha efervescente, te llena de una alegría silenciosa y te apresura aún más en la escritura.
Por el contrario, no hay mayor agonía que ver la historia enfangada en un lodazal sin sentido, una historia que divaga sin su hilo conductor, una simple buen comienzo que no ha terminado de enraizar y que, probablemente, habrá que abandonar a su suerte en pocos días.
Por fortuna, aparece ese día, esa mañana, noche o tarde en la que el cerebro se retuerce, en la que en una explosión de casualidad retomamos la idea y le damos el sentido que antaño no tuvo. La mente no desperdicia nada, se lo aseguro, en un momento u otro recicla.