miércoles, julio 29, 2009

Casualidades

Hace ya tiempo, en algún lado leí algo referente a las extrañas casualidades que acaecen en la vida de cualquiera. Estas sincronías, producto de la casualidad, a veces nos aturden por su aparente carga de causalidad. Y hablo de esto porque, en breve tiempo, he vivido dos de estas experiencias.

La primera fluye de este blog, de la anterior entrada en la que hablaba de esa 'desacralización' del terror. Surgió al poder ver una vieja y magnífica película: "el héroe anda suelto [Targets]", dirigida por Peter Vogadanovich, interpretada por un fantástico Boris Carloff, producida por Roger Corman. El filme enfrenta a una vieja gloria del cine de terror clásico ya cansado, con un asesino contemporáneo pleno de juventud y facultades: una especie de cara a cara entre lo que producía terror en el pasado y lo que produce terror en el presente. A cada escena, y sobre todo, al final de la película, surgía en mí esa extraña sensación de "esto yo ya lo había pensado antes, mira qué casualidad", lo viejo y lo nuevo, el cambio de marco con el cambio de creencias o la desaparición de estas...le paso d elos sobrenatural a la pura maldad humana. La película es recomendable, muy recomendable. El juego de espejos, el lenguaje subyacente, son un manjar para buenos degustadores.

La segunda vino mientras leía el libro "la bruja de abril" de Majgull Axelsson; la protagonista, una mujer inválida (entre otras cosas), posee la cualidad de salir de su cuerpo para entrar en los cuerpos de animales y personas, y lo que generó la casualidad, también se considera una "benandanti". El libro anterior a éste en la pila de lectura, se trata de "Historia nocturna" de Carlo Ginzburg, un historiador y antropólogo italiano; obra en la que realiza un largo e instructivo repaso de los antecedentes históricos, folclóricos religiosos y mitológicos del aquelarre; libro en el que se le da una gran importancia a este grupo de personas, los benandanti, nacidos en la Italia de los siglos XVI y XVII, que en los equinoccios poseían la capacidad de hacer salir a su espíritu del cuerpo físico, dormido, para sostener luchas épicas, armados con ramos de hinojo, contra las brujas, en lo que se supone es un culto/rito para proteger la fertilidad de las cosechas. La verdad es que esta secta, culto o como queramos llamarla, me causó interés al leer el libro del italiano, dado que no conocía su existencia, y el tema de las sectas heréticas, ritos y folclore brujeril siempre me ha atraído. Así que imaginen cuando el tema se repite justo en mi siguiente lectura.

En ninguno de los dos casos conocía la posibilidad de la existencia de las coincidencias. Aparecieron , ahí, sin más. En ambos la causalidad me sorprendió agradablemente.

viernes, julio 17, 2009

Secularización del terror

La Hispacón 2009 de Huesca —gracias, chicos y chicas de Oskafriqui— se acerca. Prometí exponer una ponencia, conferencia o como quiera llamársele, enmarcada en el pretencioso título La mitología del terror, uno de esos encabezamientos que dejan al ponente un gran radio de acción para explayarse deslizando la reflexión por un amplio espectro de posibilidades. Así que ando dándole al caletre, anotando mentalmente puntos, esbozos, futuras lecturas y líneas de trabajo o exposición.

Así pues, no será raro que, de aquí a noviembre, les dé la lata con alguno de estos desbarres, pues este blog se me antoja una buena herramienta para aclarar ideas.

Y ayer, sin ir más lejos, en una de esas noches de insomnio, apareció una de ellas. No es que sea nueva, ya recorrió fugaz mis neuronas alguna que otra vez, pero la oscuridad, la vigilia forzada, ayudaron a que, en lugar de venir e irse, se quedara un rato haciéndome compañía.

Y es que uno se da cuenta de que el proceso de secularización, de abandono de la visión trascendente e irracional del universo, ha trasladado su acción también a una de las múltiples formas de expresión del universo de lo numinoso, de lo trascendente, de lo “desconocido”: la creación de terror. Hay pensadores que ven en la literatura —y por ende otras variedades artísticas— de terror un mecanismo de fijación y reestructuración de los miedos e inquietudes ya superados por una cultura o sociedad. Estos miedos se superan, y sólo entonces toman cuerpo, controlados, para disfrute masoquista de lectores y lectoras. Hasta cierto punto estoy de acuerdo con esta visión, y digo hasta cierto punto, puesto que cuando se habla de esos procesos de superación, creo que son relativos, que se extrapolan a la generalidad desde un reducido ámbito de afectados, más centrados en el mundo cultural, de poder, de la élite de pensamiento de dicha cultura. En el fondo los miedos, la angustia, la superstición, sobreviven en un nivel primario de la masa, del hombre de a pie, superados en la superficie, todavía algo activos en el fondo.

Del mismo modo que el cosmos espiritual, el universo de creencias de la sociedad mutan, para lo que nos interesa en concreto: las causas del miedo y la angustia, también evolucionan. En este caso asistimos a una secularización, o mejor sería decir a un traslado del eje sobre el que se flexionan estos miedos, lo mismo sucede en nuestro ámbito de creación. La trascendente ya no aterra, al menos en todos sus aspectos, la muerte, los elementos más pedestres, del día a día —alienación, deshumanización, soledad…— o no tanto, como una ciencia cada vez más alejada, incontrolada en apariencia e incomprensible en su complejidad; un clima que ejerce de improvisada espada de Damocles en el inconsciente colectivo, la aparición de nuevas enfermedades, la presión ejercidas por otras culturas.

Espero, poco a poco, ir desarrollando esto en sucesivas entradas exponiendo ejemplos concretos.

martes, julio 14, 2009

Miedos

A veces uno recuerda. Se va atrás y revive los malos momentos que pasó de niño: recuerda esas noches de dos rombos, de terror setentero y clásico, la cabeza oculta tras el cojín protector, escondido debajo de la mesa, ante la mirada divertida de unos padres asombrados.
Luego los miedos se disuelven, se queda atrapados e el fondo cubiertos por una espesa capa de sedimento y experiencia. A veces, cuando algo nos conmueve de verdad, quedan al descubierto de nuevo de forma momentánea y, para nuestra sorpresa, comprobamos que hay terrores para los que no estamos vacunados, creemos que ya no nos afectan, pero esa inmunidad que hemos trabajado se ve resquebrajada y nos reubica debajo de esa mesa imaginaria, agarrados a un cojín también imaginario.

Y no siempre es un suceso, un relato, una escena.

A veces es algo tan simple como un cuadro.


Fascinación y miedo suelen ir de la mano. Fascinación que se cuaja ante la evidencia de la maestría del pincel, en comunión con la penetración emocional del autor. Miedo ante la plasmación de una realidad, en apariencia particular, pero que resulta ser paradigmática global: una patada en el alma. Miedo ante lo que esa metáfora visual nos transmite, miedo porque nuestro cerebro, mientras contemplamos el cuadro, trabaja a un nivel no racional, opera mediante símbolos e iconos. Se ve regulado por leyes que no obedecen a los paradigmas de la razón habitual: Nuestra corteza cerebral intenta tomar de nuevo el control, pero el hipotálamo se aferra a ese asidero momentáneo que le permite asumir una cierta cota del poder perdido.

De vez en cuando me relajo, tomo aire, busco en internet, en algún viejo libro de arte y me dejo envolver por el poder de Brueguel el Viejo y su “El triunfo de la muerte”. Hay algo en el cuadro que me fascina, me perturba y me absorbe. La realidad se somete a la tragedia. Es el fin sin ambages, ineludible, con toda la crueldad que se dibuja en un Apocalipsis. Nada escapa a la larga mano de la muerte, todo se corrompe, puesto que ya contenía en sí el germen de la corrupción. Ricos y pobre se igualan, bellos y feos, tontos y superdotados.

Es el terror extremo, es el fin, la desintegración. El triunfo del mal.

Pero es tan hermoso.

miércoles, julio 08, 2009

Quizá algún día

¿Qué hace que uno se ponga a escribir? Y más en concreto: ¿Qué hace que uno se ponga a escribir, así, sin más y por gusto, literatura de terror?
Supongo que todos los que creamos, o creemos hacerlo, nos hemos hecho esta pregunta de vez en cuando. Y ya puestos a suponer, las respuestas suelen ser de lo más peregrinas.
En mi caso debo decir que siempre he huido de esta pregunta. Y no por nada raro. Sólo porque no lograba concretar jamás una respuesta clara. Siempre acababa reduciéndolo todo a un peregrino “pues será porque me gusta”, o a un conjunto de tópicos enlatados del tipo “necesidad de aportar algo al mundo”, “sacar el universo interior al exterior”, “reinterpretar la realidad”… que era incapaz de creerme por mucho que me esforzara.
Para mí crear es una actividad placentera, sin más. Las historias germinan en mi cabeza como destellos, sin premeditación. Suele ser una palabra, una idea, un fogonazo. Poco a poco cobran vida, se organizan ellas mismas, sus personajes e intrigas. Reconozco que no hay nada que me agrade más que ver cómo, en el momento más extraño, surge esa solución, ese giro que rompe el nudo gordiano que retenía el desarrollo de una historia.
Raras veces releo lo ya escrito y terminado. Cuando lo hago, encuentro las historias extrañas y fascinantes, pero han perdido el nexo que las unía a mí mientras las iba pariendo. Es como si las hubiera escrito otra persona.
No sé bien porqué escribo. Menos porqué terror. Quizá debiera profundizar en ello algún día: ver qué es lo que hace que encuentre más sencillo expresar aquello que late dentro vistiéndolo con ese ropaje.
Quizá algún día.

jueves, julio 02, 2009

Cuando un buen final lo es todo...

Hace ya bastante tiempo que devoré de forma compulsiva la serie de antologías de relatos de Clive Barker [Sangre y Libros Sangrientos] que publicó Martínez Roca. Cada obra era una golosina cargada de diferentes sabores, contrapuestos algunas veces, una insospechada mezcla que, y eso me sorprendió, se equilibraban en una extraña armonía. Los relatos de Barker se definen a la perfección diciendo de ellos que son intensos hasta la nausea e imaginativos hasta el éxtasis. Hablamos de un autor que en las distancias cortas se puede definir de genio. Pero, a tenor de mis propios intentos de lectura, y de los comentarios de otros aficionados a los que escucho siempre con respeto, cuando se pone delante de una novela, no logra la magia que nos hechiza en los relatos.

Y esto viene a resultas de que, por fin, hace poco pude hincarle el diente a la versión cinematográfica de “El tren de la carne de media noche”. Podría hablar de la película en sí; decir de ella que despertó una ambivalencia molesta; que el director confundió el concepto de impactar con el de regodearse; que a veces la angustia y la obsesión del protagonista se me contagió… Pero no, no hablaré de nada de eso. Hablaré de cómo un director puede hacer una obra decente, para al final deshacer todo, cerrar la historia con un supuesto golpe de efecto de burla, anticlimático, absurdo, pobre… se me escapan los apelativos, los epítetos y los adjetivos.

En la literatura y el cine hay obras en las que la trama, el conjunto central domina y apaga la conclusión. Ésta no es más que un dejar discurrir el argumento que se apaga de forma natural. Normalmente en toda creación relacionada con el terror, la parte final posee más peso específico que cualquier otra. No digo que sea más importante, un mal planteamiento, una mal nudo, aunque el desenlace sea exuberante, nos desalientan y empobrecen la calidad de la obra . Un mal final, apresurado, un final sin reflexión, un final pegote para salir del atolladero, aunque sea supuestamente impactante, no empobrece, literalmente destroza lo bueno que antes pudiera haber habido. Todo creador de terror debe saber que, cuando comienza a parir una trama, al menos, si ya no lo tiene desde un principio bien cerrado y planteado, debe encontrar EL FINAL al menos al llegar a la mitad de su labor, sino, se corre el riesgo de caer por un precipicio, presas del pánico, del ¿cómo lo cierro? Lo bueno es que la mayoría de las veces las historias, si son buenas, poseen un o varios finales naturales y fluidos. Lo malo es la ceguera o la chapucería de algunos autores que no saben explorar para buscarlos.

Les aconsejo leer el relato de Barker y luego ver el film. Y no me digan que el lenguaje cinematográfico, su desarrollo, impiden hacer las cosas bien…

Y tengan cuidado en el Metro, mucho cuidado si cuando se reflejan en el espejo se ven apetitosos.