jueves, octubre 25, 2007

El orfanato

La película es excelente, eso es innegable. Nos encontramos con un a ópera prima que no parece tal. Sin embargo, y aquí debo puntualizar, como película de miedo, de terror… película para aterrorizar, se queda un poco escasa, limitada a unas pocas escenas muy bien llevadas.
Y es una lástima, puesto que se le podría haber sacado mucho más partido a ese respecto.
Supongo que, como en muchos casos, todo se debe a la necesidad de hacer comercial el resultado, comercial en el sentido de acercarla al mayor número de espectadores, no a un conjunto limitado de aficionados al género. Por supuesto, es algo respetable.
Pero, siempre ese pero: ¿Qué magnífica película de terror, de terror de verdad, hubiéramos disfrutado?
El problema, que se repite en demasiadas ocasiones, es el de la pérdida de la tensión. El director, el argumento, crean una serie de escenas entroncadas de forma impecable, escenas de tensión en aumento, que finalizan en un clímax de miedo, espanto o susto, dependiendo de la situación… para posteriormente, en un ejercicio de, no sé si llamarlo irresponsabilidad, inexperiencia, apagar de golpe esa fuerza, devolviendo al asiento al espectador como si nada hubiera pasado.
Y en una buena película de terror la tensión es una propiedad que no se debe eliminar, que no se puede apagar, debe estar ahí, de fondo, omnipresente , creciendo a cada escena, sin piedad.
Ejemplos de este hecho (quienes no hayan visto la película absténganse).
Primero:
Su final. Parece como si hubiera tenido temor ante un corte que nos deja con la crudeza a flor de piel, sin más, sin conmiseración; y hubiera sido necesario descafeinar un poco la cosa (¿concesión a la comercialidad?)
Otro:
El error de pretender dar una explicación a lo sobrenatural, a ciertos sucesos. Siempre he dicho que en cualquier relato de terror sobrenatural, los hechos deben suceder, sin más; es así como ejercen su labor de desestabilización, su labor de espanto y escalofrío. Pretender añadir un aditamento racional, esa ventana a la posible explicación, no hace otra cosa que enfriar el ambiente, suprimir la tensión.
Hay dos obras en las que esto que digo se palpa:
La guarida, de Shirley Jackson; frente a La casa infernal, de Matheson. La primera deja las explicaciones, la búsqueda de la verdad, de lado, obteniendo un resultado terrorífico en cada capítulo; mientras que la segunda sólo alcanza esos niveles de miedo cuando lo racional se desintegra, cuando se pierde de vista la afición del autor por la investigación paranormal.

La visión, la lectura de una historia de terror, de miedo sobrenatural es un acto que se ejerce con los niveles de conciencia dominados por el instinto, por lo visceral, con la racionalidad constreñida en un segundo plano. El miedo entra a través de los sentimientos y las emociones; el miedo es empatía.
Cuando penetra lo racional, cuando le abrimos esa puerta, entonces los niveles de atención emocional se diluyen, dando el predominio a lo intelectual: una campo yermo para la generación de esa emoción llamada miedo.

Pero no nos equivoquemos. Es una magnífica película con una magnífica dirección y una actuación de la protagonista y el niño impecables e inolvidables. Una película que espero tenga suerte en su viaje a la meca del cine. Una película que abra puertas a la confianza en la capacidad creativa de nuevos directores.

Vean, vean... y no pierdan de vista a su hijo jugando con el amigo invisible.

jueves, octubre 11, 2007

Calcomanías

Uno de los extremos que más daño le causa a la ficción terrorífica, a mi parecer, es la inevitable repetición de temas; una repetición que apenas aporta novedad, una repetición en la que, con las consignas de que, lo que ha gustado seguirá gustando, o que, lo que ha vendido, seguirá vendiendo, nos lleva a una desesperante espiral de más de lo mismo.
Quizá sea que el fenómeno fandom, friki, fan… como quieran llamarlo, con esa compulsiva necesidad de consumir más y más de lo que uno le gusta, obsesiona o agrada, el que alimenta esta tendencia hacia la calcomanía.

Vampiros, monstruos, asesinos, casas encantadas… patrones trillados, sin renovación, sin una nueva visión, un sesgo que, aunque mínimo, las reactiven y no las deje como una mera reinterpretación más o menos afortunada.

Sin embargo a veces, en algún campo, surge una obra que parece llevar la contraria a esto de lo que estoy hablando. Voy a centrarme en el del cómic, en dos obras,:una nueva y otra algo anterior.

Primero, la serie Treinta días de noche, de la que en breve va a aparecer una versión cinematográfica: una visita al mundo de los vampiros diferente, imaginativa. Los tres tomos que la componen, ya lo comenté en una vieja entrada, son magníficos. Aquí tenemos un esfuerzo por mostrar algo distinto, trabajado.

La más reciente se trata de Lurkers (Norma, colección Made in hell), de Steve Niles y Héctor Casanova, un cómic de zombis, necrófagos, o como quieran llamar, en la que los autores se salen de la línea común que define a estos seres fantásticos. Donde los patrones que los definen son reelaborados con elegancia y eficacia, mostrándonos unos seres escalofriantes a su manera. La verdad es que cuando lo releo termina sabiéndome a poco, termina haciendo que pida más, que los creadores tengan a bien extenderse más, profundizar, darme algo más de ese universo, de esa visión del terror.