Hay libros que nacen y se desarrollan lastrados por un mellizo bastardo cinematográfico, y lo de bastardo no lo digo en este caso con animosidad, ni con lengua bífida; hablo de una bastardía metafórica y no insultante, si es que eso puede existir.
Ya he hablado de la película "¿Quién puede matar a un niño?", se trata, sin duda, de uno de los iconos del terror español. Pues bien, la película bebía del argumento de un libro del escritor y periodista Juan José Plans: "El juego de los niños", una obra semi olvidada, de esas de una sola edición añeja y casposa, que los aficionados, llegado el momento, buscan con denuedo y ansia. Podemos decir, sin miedo a equivocarnos, que de nuevo el cine se comió a la literatura, y que la novela de Plans, pasó a un limbo menor eclipsada por la extraña belleza del filme de Ibáñez Serrador... un limbo del que ha salido gracias a la editorial "La página".
Ya saben cuánto me gusta hablar de los mecanismos del terror, cómo se me llena la boca con ese término. Una vez más nos detenemos en uno de dichos mecanismos, uno que ahonda en las raíces de nuestra biología, de nuestro instinto: los niños y el concepto de inocencia que llevan adherido en nuestro subconsciente. Plans nos plantea un microcosmos en el que, debido a una fenómeno inexplicado, los niños dejan de ser esos seres a priori inocentes e inofensivos, para pasar a convertirse en improvisados ejecutores de una, llamémosla restitución biológica con tintes morales. La ruptura de los papeles morales y biológicos arbitrados y conocidos nos perturba, perturba a los protagonistas hasta el punto de aniquilarles, nos habla de lo fácil que es encontrarse ante el terror con tan solo variar sutilmente un elemento de nuestra existencia. Esa preconcepción, ese instinto que nos muestra a los niños como seres inocentes por naturaleza, seres a los que hay que proteger, se convierte de repente en un lastre capaz de angustiar al lector más bragado.
Plans es conocido por su programas de radio, por las dramatizaciones de clásicos literarios, tanto de terror como de cualquier género. Es algo que se nota en el estilo de la narración: es rauda como la literatura oral; el autor no recurre a elementos de alambique y artesanía; capítulos cortos; los diálogos como la base sobre la que sustentar el hilo argumental; personajes bien definidos, sencillos, sin matices que no permitan escapar del meollo de la cuestión al lector; la inmersión inmediata en el miedo dentro de un paisaje a pleno sol, aparentemente idílico, contrapunto ambiental a esa otra oscuridad del alma, omnipresente en toda violencia inexplicable.
Uno termina de leer muy rápido "El juego de los niños" quizá sea una de las pocas cosas en contra. Demasiado rápido como para sentir el efecto del miedo de forma sincrónica. Esa asincronía nos golpea al poco rato de cerrar las páginas, cuando lo pensamos, cuando lo digerimos. Da la sensación de que Plans se quiso quitar de encima lo más rápido posible el trasunto, como si la idea subyacente, a la para de original, fuera demasiado incómoda y doliente como para alargar demasiado el proceso creativo.
Por supuesto recomendar su lectura, no solo por su supuesta calidad, por el peso histórico que sostiene, sino también porque se trata también de una de las pocas obras de género de terror que podemos encontrar hurgando en la historia de la literatura española del pasado