Una vez más la realidad abona esta duda. No hace mucho tuve la suerte de leer el libro “Diástole” de Emilio Bueso, uno de esos golpes de fortuna que a todo lector de buena literatura le reconcilia un poco más con el mundo. Hace menos cayó en mis manos “El retrato de la señora Charbuque” de Jeffrey Ford.
Conforme avanzaba en la lectura de este segundo libro veía con sorpresa cómo ambas obras bebían de idénticas premisas y se desarrollaban con cierta similitud de fondo, aunque con personalidad propia bien distinta (para distanciarse finalmente por completo). En ambas, un pintor entremetido en circunstancias personales que le hacen dudar de su valía, de su futuro, de su propia esencia creadora, recibe un encargo singular a cargo de una persona también singular en condiciones singulares. Ese trabajo se convierte en el eje sobre el que deciden pivotar su existencia, un eje esencial que les va a permitir reconducir, en cierta manera, su existencia. En ambas obras cobra protagonismo una trama paralela, casi más importante que esta primaria, en la que el contratista usa la narración de sus vivencias para conformar y moldear la inspiración del artista a la hora de crear la obra. Unas vivencias extrañas, atractivas que definen a ese otro protagonista a los ojos del retratista, que componen un juego de brochazos imaginarios que trazan las líneas fundamentales sobre las que elaborar el retrato físico.
“El retrato de la señora Charbunque” se puede definir sin miedo a equivocarse como un best seller, una de esas obras apadrinadas por el apellido de un escritor de cierta enjundia en los circuitos del extranjero, una de esas obras que, nada más ser editadas en Estados Unidos, son compradas por la correspondiente editorial española en un ejercicio de confianza ciega, de mimesis, de seguidismo. Ford “triunfó” con su anterior obra, “La niña de cristal”, otro best seller de calidad, lo que probablemente le abrió las puertas a un glorioso regreso. “El retrato… ” es una buena novelita, sin expectativas, un buen entretenimiento veraniego. Va más allá del simple best seller, no mucho más. Es una obra elaborada siguiendo las reglas que definen este tipo de libros, aunque en manos de un escritor fogueado, que trabaja bastante mejor que otros vates profesionales, y siente la literatura como algo más que un negocio, lo cual se agradece. Librito de venta playera asegurada, de boca a boca...
“Diástole” lo tuvo peor. “Diástole” aguardó impaciente y desesperada una larga temporada criando polvo en un cajón; no tenía padrinos. “Diástole” no se deja adscribir a ningún encorsetamiento que facilite su salida al mundo real. Podemos calificarla de muchas formas, sí, pero no clasificarla con la facilidad con la que lo hacemos con esas otras obras de esquema fijo, de personajes manidos, obras de laboratorio y despacho. “Diástole” es un grito, un soplo de aire fresco que, los que amamos el terror, hemos tenido la suerte de poder leer —y quien no lo haya hecho, que corra, que corra a comprar el libro, porque no sabe lo que se está perdiendo—. Emilio se ha sacado las tripas y las ha puesto encima de la mesa.
Ford no arriesga; Bueso juega continuamente a la ruleta rusa. Ford sigue un esquema cargado de clichés; Bueso manda los tópicos al carajo, huye de ellos si no es para reírse abiertamente de su futilidad. Ford busca un lector desapasionado, un lector vago, un lector convencido de poseer un cierto nivel cultural, pero que busca papillas fáciles de digerir, sobre las que ahblar en la correspondiente cena; Bueso busca jugar con el lector, pelear con el, forzarle, impresionarle estrujarle, vapulearle en busca de su límite, busca lectores con ganas de pelea. Ford toma la fantasía como un elemento esencial, pero la desactiva, la hace digerible, neutra; Bueso crea con ella una filigrana de luces de neón, se somete a su fascinación y nos somete a nosotros de paso. Los personajes de Ford fluyen en una corriente monocorde que los aleja, del lector, que no invita a un mínimo ejercicio de sintonía; los de Bueso chispean, brillan con resplandor cegador, su personalidad y circunstancias nos abruman, nos obligan a odiarlos o amarlos. Ford se va apagando conforme llega el final de libro, abre un resquicio que nos permite ver que todo va a acabar tal y como debe acabar; Bueso, por su parte, hace la lectura si cabe más adictiva, desaforada, acelerada y chispeante conforme el final llega, se guarda un as en al manga con el que impresionarnos, una traca final en el mejor estilo valenciano.
Uno termina de leer el libro de Ford y lo deja en el rincón de los libros olvidados, en el montón que, cuando pasen unos meses, bajará al trastero para que no ocupen espacio. Uno termina de leer el libro de Bueso y lo guarda en un estante a la vista, cerca, por si surge la impulsiva necesidad de volver a leerlo, de volver a disfrutar.
Sin embargo, si me voy a las listas de ventas, estoy seguro de que Ford habrá vendido quizá un par de miles en España, mientras que Emilio debe esforzarse día a día para sacar adelante su “Diástole” de forma digna.
Afortunadamente la gente de Salto de Página confió en él y supo ver la brillantez escondida encima de la capa de légamo que pone la etiqueta del “género”.
Esperemos que algo cambie.