Dentro del género del terror hay una figura que destaca por encima de otras. El vampiro se ha convertido más en un paradigma que en un personaje como tal.
No voy a ponerme a desarrollar un ensayo acerca de la figura del vampiro en la historia, el cine y la literatura. Esta entrda viene a cuento de un comentario que escribí hace poco en un blog amigo. Tal comentario despotricaba, de una forma bastante exagerada, acerca de la última revisión del personaje: esa saga de vampiros a lo Anne Rice, exquisitos, lánguidos, mundanos... una caterva de egomaníacos con sobredosis de spleen.
Y es que abogo por la recuperación de ese otro vampiro, el original, el histórico: Brucolaco, Vourdalak, Strigoi... Menos Freud y más Folklore, menos sensualidad soterrada y más apetito desbocado, menos modelos prêt-à-porter de época y más tierra de cementerio maloliente y putrefacta. Menos introspección narcisista y más miedo en el sentido estricto de la palabra. Esta nueva saga de vampiros no asusta: por contra fascina, atrae, busca no seguidores, sino imitadores. Y no es que me parezca mala literatura, o crea que haya que borrarlos del mapa... nada de eso. Hay joyas, hay excelentes escritos y películas que merecen la pena ser leídos y vistos. Simplemente abogo por la recuperación del vampiro como mito terrorífico, como ser al que temer, no como ser al que imitar, al que buscar para que nos muerda y así ser uno más de los no muertos tan 'guays' que andan por la vida pasando por encima de todas la convenciones, saltándose las odiosas normas, por encima de los simples y aburridos mortales.
Y escribo esta entrada porque, lo dicho hasta ahora e ssimilar a lo que contaba en ese comentario, y el otro día me di cuenta de algo, y ese algo es la gran correspondencia que existe entre el personaje del Zombie y el arquetipo folklórico del vampiro:
El mito del muerto no muerto que retorna, que simplemente retorna y busca a aquellos que le han sido más cercanos en vida, que retorna portando el vaho de la muerte y un hambre insaciable de vida.
Ya sé que es quizá rizar el rizo en exceso, pero no puedo evitar hacer esa comparación. Sinceramente, hagan ese ejercicio de suspensión de incredulidad, tan necesario para leer cualquier historia fantástica. Comparen, una bestia desbocada, sin razón, hambrienta, furiosa, simple y directa; o un refinado cursi, un Annibal Lecter de pacotilla que tanto disute con uno de la esencia de la metáfora en la obra de Byron, como le muerde el cuello con una exquisitez acrisolada, o se detiene en el bello arte de la tortura...
Yo lo tengo claro, de los segundos conozco unos cuantos sociópatas muy, muy reales... los otros, bueno, los primeros mejor no encontrarlos cara a cara en mi imaginación.
Saludos