Hace ya bastante tiempo que devoré de forma compulsiva la serie de antologías de relatos de Clive Barker [Sangre y Libros Sangrientos] que publicó Martínez Roca. Cada obra era una golosina cargada de diferentes sabores, contrapuestos algunas veces, una insospechada mezcla que, y eso me sorprendió, se equilibraban en una extraña armonía. Los relatos de Barker se definen a la perfección diciendo de ellos que son intensos hasta la nausea e imaginativos hasta el éxtasis. Hablamos de un autor que en las distancias cortas se puede definir de genio. Pero, a tenor de mis propios intentos de lectura, y de los comentarios de otros aficionados a los que escucho siempre con respeto, cuando se pone delante de una novela, no logra la magia que nos hechiza en los relatos.
Y esto viene a resultas de que, por fin, hace poco pude hincarle el diente a la versión cinematográfica de “El tren de la carne de media noche”. Podría hablar de la película en sí; decir de ella que despertó una ambivalencia molesta; que el director confundió el concepto de impactar con el de regodearse; que a veces la angustia y la obsesión del protagonista se me contagió… Pero no, no hablaré de nada de eso. Hablaré de cómo un director puede hacer una obra decente, para al final deshacer todo, cerrar la historia con un supuesto golpe de efecto de burla, anticlimático, absurdo, pobre… se me escapan los apelativos, los epítetos y los adjetivos.
En la literatura y el cine hay obras en las que la trama, el conjunto central domina y apaga la conclusión. Ésta no es más que un dejar discurrir el argumento que se apaga de forma natural. Normalmente en toda creación relacionada con el terror, la parte final posee más peso específico que cualquier otra. No digo que sea más importante, un mal planteamiento, una mal nudo, aunque el desenlace sea exuberante, nos desalientan y empobrecen la calidad de la obra . Un mal final, apresurado, un final sin reflexión, un final pegote para salir del atolladero, aunque sea supuestamente impactante, no empobrece, literalmente destroza lo bueno que antes pudiera haber habido. Todo creador de terror debe saber que, cuando comienza a parir una trama, al menos, si ya no lo tiene desde un principio bien cerrado y planteado, debe encontrar EL FINAL al menos al llegar a la mitad de su labor, sino, se corre el riesgo de caer por un precipicio, presas del pánico, del ¿cómo lo cierro? Lo bueno es que la mayoría de las veces las historias, si son buenas, poseen un o varios finales naturales y fluidos. Lo malo es la ceguera o la chapucería de algunos autores que no saben explorar para buscarlos.
Les aconsejo leer el relato de Barker y luego ver el film. Y no me digan que el lenguaje cinematográfico, su desarrollo, impiden hacer las cosas bien…
Y tengan cuidado en el Metro, mucho cuidado si cuando se reflejan en el espejo se ven apetitosos.