La Hispacón 2009 de Huesca —gracias, chicos y chicas de Oskafriqui— se acerca. Prometí exponer una ponencia, conferencia o como quiera llamársele, enmarcada en el pretencioso título La mitología del terror, uno de esos encabezamientos que dejan al ponente un gran radio de acción para explayarse deslizando la reflexión por un amplio espectro de posibilidades. Así que ando dándole al caletre, anotando mentalmente puntos, esbozos, futuras lecturas y líneas de trabajo o exposición.
Así pues, no será raro que, de aquí a noviembre, les dé la lata con alguno de estos desbarres, pues este blog se me antoja una buena herramienta para aclarar ideas.
Y ayer, sin ir más lejos, en una de esas noches de insomnio, apareció una de ellas. No es que sea nueva, ya recorrió fugaz mis neuronas alguna que otra vez, pero la oscuridad, la vigilia forzada, ayudaron a que, en lugar de venir e irse, se quedara un rato haciéndome compañía.
Y es que uno se da cuenta de que el proceso de secularización, de abandono de la visión trascendente e irracional del universo, ha trasladado su acción también a una de las múltiples formas de expresión del universo de lo numinoso, de lo trascendente, de lo “desconocido”: la creación de terror. Hay pensadores que ven en la literatura —y por ende otras variedades artísticas— de terror un mecanismo de fijación y reestructuración de los miedos e inquietudes ya superados por una cultura o sociedad. Estos miedos se superan, y sólo entonces toman cuerpo, controlados, para disfrute masoquista de lectores y lectoras. Hasta cierto punto estoy de acuerdo con esta visión, y digo hasta cierto punto, puesto que cuando se habla de esos procesos de superación, creo que son relativos, que se extrapolan a la generalidad desde un reducido ámbito de afectados, más centrados en el mundo cultural, de poder, de la élite de pensamiento de dicha cultura. En el fondo los miedos, la angustia, la superstición, sobreviven en un nivel primario de la masa, del hombre de a pie, superados en la superficie, todavía algo activos en el fondo.
Del mismo modo que el cosmos espiritual, el universo de creencias de la sociedad mutan, para lo que nos interesa en concreto: las causas del miedo y la angustia, también evolucionan. En este caso asistimos a una secularización, o mejor sería decir a un traslado del eje sobre el que se flexionan estos miedos, lo mismo sucede en nuestro ámbito de creación. La trascendente ya no aterra, al menos en todos sus aspectos, la muerte, los elementos más pedestres, del día a día —alienación, deshumanización, soledad…— o no tanto, como una ciencia cada vez más alejada, incontrolada en apariencia e incomprensible en su complejidad; un clima que ejerce de improvisada espada de Damocles en el inconsciente colectivo, la aparición de nuevas enfermedades, la presión ejercidas por otras culturas.
Espero, poco a poco, ir desarrollando esto en sucesivas entradas exponiendo ejemplos concretos.