A veces uno recuerda. Se va atrás y revive los malos momentos que pasó de niño: recuerda esas noches de dos rombos, de terror setentero y clásico, la cabeza oculta tras el cojín protector, escondido debajo de la mesa, ante la mirada divertida de unos padres asombrados.
Luego los miedos se disuelven, se queda atrapados e el fondo cubiertos por una espesa capa de sedimento y experiencia. A veces, cuando algo nos conmueve de verdad, quedan al descubierto de nuevo de forma momentánea y, para nuestra sorpresa, comprobamos que hay terrores para los que no estamos vacunados, creemos que ya no nos afectan, pero esa inmunidad que hemos trabajado se ve resquebrajada y nos reubica debajo de esa mesa imaginaria, agarrados a un cojín también imaginario.
Y no siempre es un suceso, un relato, una escena.
A veces es algo tan simple como un cuadro.
Fascinación y miedo suelen ir de la mano. Fascinación que se cuaja ante la evidencia de la maestría del pincel, en comunión con la penetración emocional del autor. Miedo ante la plasmación de una realidad, en apariencia particular, pero que resulta ser paradigmática global: una patada en el alma. Miedo ante lo que esa metáfora visual nos transmite, miedo porque nuestro cerebro, mientras contemplamos el cuadro, trabaja a un nivel no racional, opera mediante símbolos e iconos. Se ve regulado por leyes que no obedecen a los paradigmas de la razón habitual: Nuestra corteza cerebral intenta tomar de nuevo el control, pero el hipotálamo se aferra a ese asidero momentáneo que le permite asumir una cierta cota del poder perdido.
De vez en cuando me relajo, tomo aire, busco en internet, en algún viejo libro de arte y me dejo envolver por el poder de Brueguel el Viejo y su “El triunfo de la muerte”. Hay algo en el cuadro que me fascina, me perturba y me absorbe. La realidad se somete a la tragedia. Es el fin sin ambages, ineludible, con toda la crueldad que se dibuja en un Apocalipsis. Nada escapa a la larga mano de la muerte, todo se corrompe, puesto que ya contenía en sí el germen de la corrupción. Ricos y pobre se igualan, bellos y feos, tontos y superdotados.
Es el terror extremo, es el fin, la desintegración. El triunfo del mal.
Pero es tan hermoso.