Aparte de su obra maestra, singular y única: Drácula, Bram Stoker fue un novelista y cuentista desigual. La joya de las siete estrellas y La guarida del gusano son dos novelas de resultado desigual, que sin llegar a una mediocridad lacerante, nunca se acercan a la calidad de nuestro vampiro transilvano. Lo mismo sucede con sus relatos, buena parte de ellos recogidos en antologías editadas por la Editorial Valdemar: calidad desigual.
Sin embargo, rebuscando, uno puede encontrar algún que otro abalorio que brilla con luz propia.
Hoy nos trae aquí La casa de Juez (The judge’s house).
Se trata de un cuento de corte clásico, impecable. Como casi todas las obras de la época, para un lector actual, se dibuja previsible, pero si hacemos el esfuerza de arrojar ese descreimiento irrespetuoso, y leemos las líneas con objetividad y desaspego, nos encontramos con un relato muy bien escrito. La casa del juez es un buen ejemplo de cuento clásico de terror. Escrito en 1914, trata de las cuitas de un joven estudiante que huye del trafago cotidiano, escapa a un pequeño y aislado pueblo en busca de paz, y termina alojándose en una viaja casa, antigua residencia de un cruel y estricto juez.
La superstición popular la define como una casa encantada en la que es mejor no entrar y menos ir a vivir. Con apenas unas breves pinceladas, Stoker nos deja entrever la insensatez de semejantes pensamientos. Como en todo cuento influenciado por la Ghost Story, sobre el texto sobrevuela una nube de incredulidad, casi de ironía, que mantiene al lector sumido en un estado de relajada atención, preludio de la entrada de lo sobrenatural y horroroso.
Estamos, para escritores noveles, ante un sencillo y buen ejemplo de cómo tratar ciertos elementos del entorno, de cómo hacerlos aparecer en dosis justas, en el momento adecuado. Una simple lección a estudiar de arriba abajo.
Sin embargo, en mi opinión, lo mejor es su final. Trazado con tiralíneas, sí, quizá algo previsible, pero espléndidamente retratado, con pulso firme, sin aspavientos, sin grandilocuencias… Los hechos suceden severos, incontestables. No hay adornos supérfluos ni expresiones floridas. Sabemos qué es lo que va a ocurrir, lo sabemos desde muchos párrafos antes, cuando el autor nos deja caer una pista, pero no sabemos cómo, y esa tensión se resuelve con corrección, con una frialdad y alejamiento tales que amplifican el propio horror narrado.
Lo dicho. Un buen cuento al estilo más clásico.
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