¿qué coño aportamos los creadores de terror a la sociedad?
Esta es la irrevernte pregunta, exabrupto, que Ismael, un compañero de Nocte, escupía al viento después de leer mi entrada dedicada a Rec.
No sé si soy capaz de responder... responderme, a dicha pregunta. En el fondo es hablar, pensar y reflexionar sobre la función del escritor en la sociedad. Unos responderían que, como artista, muestra una realidad; reinterpreta ansiedades, miedos, terrores reales; rebusca en el inconsciente colectivo, moral o religioso y pasa todo esto por la túrmix de su imaginación, ya sea en forma de relato sobrenatural o de terror social, y los regurgita en forma de obra de arte... para así permitir a dicha sociedad un reencuentro, una reabsorción más fácil y cómoda de admitir dada su eventual irrealidad y su carácter estético.
Freudianos y psicoanalistas de medio pelo aparte, hay más posibles opciones: como al del mero entretenimiento, muy ligada al hecho comercial. El autor como máquina de crear y publicar alimento preparado que ayude al sobreexcitado ciudadano consumista a sobrellevar su tiempo de ocio, a llenar estantes y expositores de las librerías y Grandes Almacenes, a ganarse el pan de cada día y de paso llenar los bolsillos del dueño de la editorial de turno. Autor como uno más de los macacos sociales que ayuda a que esta frágil y aparatosa construcción llamada sociedad de consumo se sostenga sobre su pedestal de cristal.
...Y no nos olvidemos la que más me gusta, aquella que me dice que en realidad no escribo para los demás (sólo es mi propio narcisismo el que necesita de su existencia, asentimiento y respeto). Porque la necesidad auténtica, el motivo y disparador es la ansiedad de acallar esa parte de mí mismo, interna, picajosa, inquieta, latosa y dominante que me llama a escribir, a llenar cuartillas de papel o pantallas de ordenador con historias, cuentos y creaciones donde el miedo es el ingrediente principal del cóctel. Porque es lo que mejor me sale, aquello en lo que me desenvuelvo con naturalidad y comodidad, porque no puedo evitarlo, y de cuyo resultado me siento extrañamente satisfecho.
Isamel, no creo que sea bueno medir al artista, al creador, con esa vara, propia de gestores y economistas, que es la utilidad manifiesta.
Somos y basta. Estamos y con ello es suficiente. Cada uno aporta al montón a su manera, con sus posibilidades, preparación y logros. Cada uno acalla sus propios fantasmas a su particular estilo. Otra cosa es el éxito, la innovación, la calidad... y eso, Ismael, lectores, es un tema puramente literario, que no social.
Otro tema para otro momento