Nunca he ocultado mi admiración por el Maestro de Providence, nunca lo haré, espero. Es más, enfrascado en la lectura de las obras completas editadas por Valdemar, no dejo de encontrar matices, interpretaciones que despejan dudas.
Lovecraft no fue un escritor perfecto. No creo que quisiera serlo tampoco; en su cabeza orbitaban modos y maneras muy específicos: maneras que se mezclaban con miedos, fobias, aprensiones y obsesiones y que han dado como resultado una obra variada, rica, fascinante, una obra puntera en su tiempo, que, se quiera o no aceptar, revolucionó la manera de tratar con el horror, con lo fantástico.
Releyendo hay mejores y peores relatos. Con Lovecraft hay que tener cuidado, el cariño emponzoña ligeramente el juicio crítico, y en algunas ocasiones, narraciones de calidad media orbitan en el paraíso de las obras maestras debido a cuestiones más subjetivas que objetivas.
Sin embargo hay un buen número de ejemplos de buen hacer global. Hoy me detengo en uno de ellos, una de esas obras a las que la susodicha relectura saca del cuarto oscuro.
Me refiero a ‘El color de cayó del cielo’. En ella podemos ver delineadas las obsesiones que mueven su obra en general:
El prodigioso dominio del entorno. El entorno es un personaje más, con personalidad propia, a veces con personalidad múltiple, una suerte de esquizofrénico cuya paranoia absorbe y contagia a los habitantes que viven sus existencias en él. Los bosques que rodean el valle donde el color insano ronda a quienes habitan, ya de por sí serían causa suficiente de horror, foco de desequilibrio ante su poder de sugestión.
Esencial en la obra de Lovecraft es el horror cósmico; el miedo se trasmuta, no surge de nuestro mundo, de nuestras creencias, de nuestras tradiciones más comunes, no. El miedo viene de fuera, elusivo, anónimo, implacable… extraño, sobre todo extraño. Esta vez a lomos de un meteorito, oculto en su interior, una plaga sin explicación, sin referente. Es ese elemento de extrañeza de intratabilidad, el que le dota de su poder de seducción y perturbación. En el relato asistimos, de la mano del narrador, a la progresiva invasión por parte del horror, no sólo de espacio físico, sino también del espacio mental de víctimas y espectadores.
El lenguaje. Quizá sea uno de los puntos que más críticas reserva a la obra del autor. Sin embargo es también la seña de identidad, el barroquismo, la hipérbole, la exageración en las etiquetas.. hay relatos en que esto se suaviza, sin llegar a desaparecer. El color que cayó del cielo es un buen ejemplo, en sus líneas Lovecraft parece comedirse un tanto, quizá sea esto producto de la propia factura que requiere la narración, pues en ella no aparecen los típicos entes que deambulan, numinosos, innombrables, impíos… sino personajes aturdidos y aterrorizados por algo misterioso e incorpóreo.
Nunca me dejará de sorprender la maestría del maestro.
El color que cayó del cielo me gusta, sobre todo porque se aparta del guión normal que el autor norteamericano usaba con sus productos de horror cósmico. En él el miedo es el auténtico protagonista, un miedo no focalizado, incorpóreo; el miedo caracterizado como un virus que se trasfunde en las almas y los cuerpos.