De nuevo Ismael surge como disparador de ideas a través de sus comentarios.
En uno de ellos habla acertadamente de un concepto básico en toda buena literatura (de terror y de cualquier género o estilo, pero con una carga especial en la de terror) y Ese concepto es el de la carga simbólica de los personajes, algo que podríamos extender sin esfuerzo a cualquier otro ámbito germinal de la obra literaria.
Carga simbólica. Soy de aquellos que adoran las buenas historias, un argumento bien trenzado, interesante y entretenido. Pero no logramos nada si a todo ello no le asociamos ese otro valor añadido extra, ese brillo que hace que una creación surja con fuerza del humus creado por los cientos de miles de hermanas más o menos mediocres, exitosas o fallidas publicadas, y que reposan en los anaqueles de las librerías o los almacenes de los distribuidores. Una buena historia es cuestión de tiempo, de entrenamiento, al fin y al cabo de prueba y error; cualquiera con un poco de imaginación puede obtenerla. Pero no cualquiera sabe narrarla aferrándose al poder perturbador de los símbolos, de aquello que va más allá del aspecto exterior, de la forma inmediata, que se enraíza en el inconsciente colectivo y personal.
Si repasamos las grandes creaciones de la historia de la literatura, encontramos que aquellas que se puede definir como sobresalientes poseen la virtud de la que hablamos. Hablemos de un Shakesperare, de un Steinbeck, de un Poe… hasta de un Lovecraft.
El símbolo constituye un lenguaje dentro del lenguaje, un ir más allá de la mera significación a primera vista, un disparador que conmueve elementos que van más allá de la pura razón primaria, del gusto, de la emoción esencial asociada a la lectura: el símbolo y su carga de poder son elementos que actúan de forma soterrada a posteriori, cuando, una vez la lectura ha finalizado, efectuamos una sana revisión, una elegía al recuerdo que anima ese fondo, a medias intelectual y emocional, capaz de interpretar ese otro lenguaje.
Todo creador de historias de terror debe perseverar en la búsqueda de esas significación simbólica que reafirme el simple argumento, al menos debe intentarlo, y auguro que es un camino difícil.