Todo creador tiene referentes, también maestros, y además algo de lo que no debe sustraerse: ejemplos de diversos estilos de escritura. Da igual si posee ya un estilo definido, jamás debe dejar de aprender, da igual si luego aplica o experimenta, al menos tiene la obligación de observar y constatar esas otras formas de narrar que puede dejar un residuo beneficioso en su forma de escribir.
¿A qué viene esto?
Debido a una convalecencia, he tenido bastante tiempo para leer como hacía años que no podía por falta de ese mismo tiempo. Y en estas que volvió a caer en mis manos una de las obras más peculiares del maestro Hemingway: París era una fiesta.
El autor norteamericano debe ser siempre un referente para cualquier escritor. Uno de palpar, saborear su peculiar estilo, esa forma directa, sencilla —que no por ello fácil— y hermosa de contar. Si se escriben relatos, los suyos son el mejor ejemplo de la perfección en su concisión y estilo, narraciones en las que el peso recae sobre el diálogo, apenas descriptivas, y no por ello menos pobres en emociones y fuerza. Decirlo todo sin describir apenas nada, una bandera que de vez en cuando debemos ondear, forma de expresión a experimentar para pulir nuestra propia capacidad de concisión y profundidad.
Como escritor centrado en la narrativa de terror, no viene mal dejarse llevar por la forma de expresarse del genial autor, separarse momentáneamente del natural apego hacia la fanfarria sobreadjetivada, la descripción, el ambiente y centrarse en la trama, los personajes, sus sensaciones, acciones diálogos y silencios.