Los grandes temas, por el mero hecho de serlos, llevan instalados en sí el propio mecanismo de su desintegración. Su hecho diferencial, aquello que los encumbra a la categoría de arquetipo termina ahogándolos en un marea de imitaciones, pastiches, experimentaciones, parodias y reelaboraciones… un maremagno que desvirtúa su toque mágico.
Un ejemplo muy claro lo encontramos en nuestro querido amigo el vampiro. Si nos pusiéramos a contar las obras que se le han dedicado desde que Polidori, por poner un inicio, diera el pistoletazo de salida, terminaríamos con la boca seca y los pulmones atrofiados. Un ejemplo, digo, porque de una forma tácita, todos los aficionados, a todos los lectores y espectadores, consideramos que poco original se puede hacer ya.
Y sin embargo, la creatividad es tal, el poder de la imaginación, el buen hacer de algunos autores —ya sea de forma reiterada como puntual—, que nunca dejaremos de sorprendernos ante esos ejemplos que echan por tierra esa afirmación.
Les hablaré brevemente de una joya, una auténtica gema de la narrativa fantástica en su vertiente más oscura: “El elixir negro”, de la autora Elisabeth Engstrom, publicada por la inefable Martínez Roca en su colección GranSuperTerror.
Para empezar, por favor, los amantes del gore, de la emoción fuerte explícita, que se abstengan. Nos encontramos ante un libro de sentimientos y emociones, un libro donde el terror se destila a cámara lenta, y los golpes son percutantes, de esos que empiezan a doler al cabo de unas horas de haberlos recibido. Y si alguno ya a resoplado y encogido los hombros, le avisaré de que no es un libro blando. No, en absoluto es blando. Sólo que su dureza reside en elementos poco explícitos a primera vista
Son muchos los libros que asumen la perspectiva del psicópata, del monstruo, es este el estilo de “El elixir negro”. Asistimos al tour de force, a la mutación que su yo monstruoso ejerce en la protagonista, paso a paso, sin concesiones. El lector se sorprende ante su propia actitud ante la violencia, ante la muerte; la autora no se recrea, pero tampoco las esconde… Engstron logra con ello, con la interiorización de los sentimientos, miedos, ansias e impulsos de la protagonista, una total y paradójica mezcla de emociones como la empatía y la repulsión en el lector.
Asistimos a una revisión del tema del vampiro original y bien desarrollada. Es de valorar el juego al que se somete al lector durante buena parte de los capítulos, juego en el que la pulsión de la protagonista, su necesidad de matar y beber sangre, baila entre dos fronteras, la que separa al psicópata más humano, del monstruo más sobrenatural; entre un brote sicótico y un afloramiento de lo esotérico, sometiendo al lector a una continua revisión de enfoque.
Es una obra que recomiendo encarecidamente a los aficionados que no la hayan leído.
Como vemos, uno no debe dejar llevarse por las generalidades que nos asaltan, por los tópicos que hablan de tópicos y de falta de originalidad. Una de las particularidades del buen lector, del aficionado a la fantasía, y sobre todo del terror, es la de no dejarse abocar a la apatía, al rechazo frontal sin mayor causa que conceptos asumidos sin reflexión.