Añoro lo sobrenatural. Me refiero, por supuesto, a la literatura de terror; en menor grado al cine, porque, aunque en éste arte sí parece que este estilo subiste, la absoluta falta de imaginación argumental —suplida hasta la nausea mediante efectos especiales, efectismo y movimientos absurdos de cámara— es notoria.
Supongo que es el signo de los tiempos. Podría decir que lo sobrenatural ha muerto, pero no es así, sigue vivo, subterráneo. Son demasiados siglos anclado en el inconsciente colectivo, son demasiados miedos larvados, atávicos. Sin embargo el terror ha dado un giro, bueno, lleva cambiando desde los años setenta y ochenta. Lo que ‘se lleva’ hoy en día es eso otro terror enajenado, reproducción o facsímil de los terrores que nuestra sociedad nos plantea cuando salimos a la calle. Si el horror, en su vertiente sobrenatural, surge de fuera y pretende penetrar en el protagonista y por reflejo, en el lector; en la actualidad el origen es interno. No hay fantasmas, no hay espectros, maldiciones, casas encantadas… hay asesinos, psicópatas, sociópatas: amantes del delicatessen visceral o del terror psicológico más puro y desintegrador, todos ellos de carne y hueso. Incluso, cuando hablamos de monstruos, no son seres de origen diabólico o sobrenatural, son hombres y mujeres impulsados por sus decisiones, sus enajenaciones y perturbaciones, buena parte de las veces originadas por la sumersión en una sociedad ya de por sí desquiciada, amoral y egoísta.
Volviendo Llopis y su magnífica: Historia Natural de los Cuentos de Miedo, en ella nos viene a decir que el miedo se materializa en la literatura cuando éste deja de ejercer su influencia en la realidad, cuando lo hemos interiorizado y vencido, y ya sólo nos queda el regusto estético, la pasión por el miedo hecho arte.
¿Cómo interpretar esa tendencia actual a la luz de semejante afirmación?
¿Ya nos hemos acostumbrado a la violencia gratuita, al riesgo inherente a vivir en esta sociedad salvaje?
¿Nos hemos vacunado y por ello trasladamos al arte algo superado y absorbido?
Da que pensar.