Vuelvo a salirme de la tónica de este blog. Nada de terror, de miedo, nada. Todo lo contrario.
John Steinbeck ha sido siempre uno de mis escritores favoritos. Su obra es una perfecta, simple y hermosa conjunción de los elementos esenciales del alma humana, de la vida misma. Pocos como él son capaces de describir la miseria humana y la alegría de vivir con ese acierto y crudeza. Hay en su obra una punto de fatalismo, un punto de amargura, de desconfianza en la humanidad. Y, periódicamente, de vez en cuando surge una especie de rechazo ante esa visión oscura y desarraigada. Como si el autor necesitara una limpieza interna, desembozar las cañerías de la porquería que las recorre habitualmente
Un ejemplo de esa reacción, son sus obras Cannery Row y Dulce jueves, dos joyas literarias que, aunque quizá no estén a la altura de sus grandes creaciones trágicas: al este del edén, las uvas de la ira, la perla... son soberbias a su estilo.
Y es que en ellas late una alegría de vivir espontánea, una forma de ver la vida optimista, da igual que todo huela a derrota, que los protagonistas sean una cuadrilla de perdedores, unos desarraigados. Hasta de la más absoluta desesperación surge o puede nacer el optimismo y las ganas de vivir.
Esta visión vitalista se trasalda a la versión cinematográfica de estas obras: Destinos sin rumbo, donde vemos a un Nick Nolte en un registro extraño a él.
Les recomiendo que busquen, que se hagan con una copia de esa película, que la saboreen con calma.
Cada vez que me siento decaido, cada vez que la vida se me hace cuesta arriba, busco Dulce jueves -Cannery Row, desafortunadamente es casi imposible de necontrar en español- saco unas horas, silencio y disfruto.
Lean o vean...