Paladeo con fruición una vieja gloria. De vez en cuando echo mano del ajado ejemplar de Los mitos de Cthulhu, de Alianza editorial, lo abro al azar y me leo alguno de sus relatos. En un arranque de sibaritismo, suelo asociarlo a un buen cigarro, un buen vaso de licor y una pieza musical adecuada a la oportunidad.
Es un libro con historia, de esos que tiene una carga emocional a su espalda. Y es que quizá haya sido con esta obra con la que asomé la cabeza a la literatura de terror de calidad, ya no sólo como mero lector, sino como ejecutante, como creador.
Es peculiar; cuando leemos biografías, prólogos, reseñas… nos encontramos que buena parte de los actuales creadores de terror se han visto influenciados de una forma evidente en sus inicios por Lovecraft y sus ‘acólitos’. A la postre es una influencia que luego se diluye, que se queda como un poso de profundidad, de esos que sólo se revuelven muy de vez en cuando.
Digamos que Lovecraft es un fantástico iniciador. Y al César lo que es del César, se podrá poner en duda su estilo, hasta si nos ponemos muy académicos, su calidad literaria, incluso su definición como escritor de terror, cuando quiza —dicen algunos—habría de ser considerado un creador de fantasía y ciencia ficción; pero lo que jamás se le podrá negar al misántropo de Providence es la extraordinaria influencia que ha tenido, tiene y tendrá en las generaciones de creadores posteriores a él.
Lovecraft tiene ese don de la oportunidad que sólo unos pocos elegidos poseen.
Lovecraft tiene un espectro de edades muy concreto en donde, sea la casualidad, sea el destino, sea la curiosidad, su influencia y fascinación se hacen patentes y definitorias (a un lado y a otro, admiración u odio). Es algo similar a lo que sucede con escritores del tipo de Herman Hesse, Tagore… Durante unos años están ahí, imborrables, adorados; para luego irse diluyendo. Incluso aparece un estadio en el cual quiere surgir un germen de reniego, de negación, de desapego: uno encuentra cosas nuevas, acomoda su gusto… pero a la postre el reconocimiento, el agradecimiento se mantiene.
Gracias, viejo loco, gracias artista de lo sobrecargado, de lo barroco, de lo numinoso, horrible y reptante.
Y gracias a la Editorial Alianza. Si no hubiera sido por ella, muchos de nosotros, aquellos que ya pasamos la treintena, no hubiéramos tenido la oportunidad de encontrarnos frente a frente al Maestro. Una labor que han tomado con renovado interés nuevas editoriales, aunque para muchos de nosotros, aquí en España, Lovecraft seguirá teniendo ese olor a libro de bolsillo desgualdramillado de tantas lecturas alocadas.
Recomendable es, además de la lectura de sus relatos, y de los escritores de su círculo, la de la biografía de Sprague Le Camp que Valdemar ha reeditado en bolsillo.
Si estás leyendo esto, no has conocido a Lovecraft, y te interesa, mi recomendación es que vayas a una librería cualquiera, compres Los Mitos de Cthulhu, una colección de relatos del autor de buena parte de su círculo de admiradores, seguidores y acólitos; cojas libres un par de noches y te encierres en un cuarto oscuro, con la luz de la lámpara bien suave, a leer, a dejarte atrapar, a soñar y a pasar algo de miedo.
Por cierto, y esto es un añadido posterior que corro a poner entusiasmado...
Valdemar publica el segundo volumen de las obras completas de Lovecraft, casi mil paginitas con todo lo que faltaba para completar su obra propia de ficción completa.... jugoso, jugoso.