Hay una forma de relato de miedo que no parece serlo, un relato en el que lo terrorífico no apremia, donde no es más que una premonición incierta que late en nuestro cerebro conforme avanzamos la lectura, un terror que sólo se manifiesta como tal en ese último párrafo feroz y despiadado.
Hay autores que no hacen concesiones al lector, creadores que desangran, que rasgan y mutilan nuestras encandiladas e inocentes almas con el arado de la pluma, con una visión del mundo negra, amarga y sin indulgencia.
Ambroce ‘Bitter’ Bierce es, sin duda el abanderado de esos escritores crueles, de esos autores que manejan el terror desde una perspectiva ajena a todo lo sobrenatural y sin ambargo logran pulsar la nota adecuada que nos conmueve y desestabiliza. Bierce, en una visión primeriza y simplona, es el maestro de la ironía macabra, del sarcasmo cruel, sin embargo debajo de todo su obra flota una agudeza brutal en la percepción de ese lado de la vida oscuro y diabólico que es inherente al ser humano, su brutalidad, su pérdida en el océano del instinto, la relación con un universo amoral y por momentos cruel y certero.
Chickamauga
En este relato encontramos definida la pérfida y precisa visión del mundo de Bierce. Donde lo alegre, lo infantil, lo virginal y puro sucumben ante una realidad poderosa, donde la casualidad no es tal, sino un bien tejido sendero que el destino recorre sin compasión.
Uno lee los relatos de Bierce y termina por volverse un desconfiado del universo, del mundo entero, un desconfiado y paranoico que no para de buscar de dónde va a surgir la desdicha, el giro cruel.
Lean a Bierce, lean Chickamauga o cualquiera de sus cuentos. Encontraran una nueva y escalofriante vertiente del terror.