Uno se hace mayor. Y saben en qué lo nota, en que toma la irremisible decisión de no ir más allá al leer, al ver, al oír cuando, al cabo de un tiempo pertinente, lo que lee, ve, escucha le resulta tedioso, contumaz, intratable. También dice que uno sabe que se está volviendo viejo cuando comienza a despotricar contra la 'juventud'... pero ese es un tema que se tratará, si merece en otra entrada.
Quizá sea una drástica decisión, pero ya se me ha pasado el tiempo de la juventud en la que el tiempo era algo que sobraba y eso, llamado mente, tambien era una especie de tábula rasa que había que llenar con todo lo digerible que pasase delante de las manos y ojos.
De un tiempo a esta parte me pasa con muchos libros y películas. Obras a las que, más joven, hubiera dado unas horas de mi existencia, una segunda o tercera oportunidad a riesqgo de sacar la única conclusín de haber perdido el tiempo y el dinero. Ya he tenido tiempo de crearme mis gustos y opiniones, incluso, a riesgo de parecer un resabiado, de aceptar algo parecido a una ideología y una moral, tengan el marchamo que les parezca. Y esto lo aplico a la hora de cerrar unas páginas o apagra un aparato de televisión cuando lo que tengo delante no termina de gustarme a la primera.
Y es que, no sé si les pasará a alguno de ustedes, uno tiene la sensación de que no debe perder el tiempo, de que debe buscar sólo manjares que le deleiten, de que ya ha pasado la época en la que era una obligación, una necesidad acabar con todo lo que se pusiera por delante.
Dirán que me piedo alguna joya, algúno de esos objetos que ocultan su belleza tras un patinazo inicial; lo sé, lo asumo, y si se me dan los argumentos necesarios, quizá retome el trabajo. Pero mientras tanto prefiero invertir el poco tiempo libre que me queda en el día en la cultura y el ocio que me deleita y me llena.