Toda sociedad enmarca y define unos límites unas premisas y unos medios. Existen uno o varios patrones de comportamiento; aunque no sea algo automático, de forma tácita se procede a un etiquetado de la personalidad. Se dice que no hay límites, y que la libertad es el parámetro que domina nuestros pasos. Aunque la verdad es que vivimos rodeados de cortapisas y nuestra vida, sobre todo, se ve definida y guiada por una serie de leyes no escritas, siempre con un trasfondo de tipo económico, pero que conforman el asiento fundamental de la sociedad neoliberal en la que vivimos.
Tanto por su exceso como por su defecto, esto de lo que hablo tiene su proyección en la población más joven de esta sociedad. Son ellos, y aquí entronco con la temática de este blog, los mayores consumidores actuales de terror, y de alguna forma, las influencias y consecuencias de la sociedad en la que están sumergidos se traslada a la forma en la que abordan esta temática.
No hay que ser un tonto para ver que una buena parte de nuestra juventud sufre una extraña mezcla de tedio y frustración. No hay que asustarse, en mayor o menor grado, en todas las generaciones, la juventud sufre de esos incurables males que provocan la sagrada dicotomía: yo contra el mundo. Lo que diferencia a esas generaciones es la forma en la que se enfrentan a ese conflicto y las soluciones que aplican, ya sea para solucionarlo, ya sea para soslayarlo y seguir adelante (utópicos, pasivos, activistas, conformistas y todos los grados intermedios que se nos ocurran).
Prosigamos con el tedio y, sobre todo, la frustración. Centrémonos en esa legión de jóvenes disociados de su entorno, hastiados de una sociedad que les ofrece todo pero que apenas los tiene en cuenta si no es como consumidores; desahuciados pero ahítos de todo lo que la sociedad de consumo les ofrece; aburridos y sin más pretensiones que una ambigua comodidad… es obvio que de alguna manera tienen que reaccionar, que chocar y crear el conflicto catártico o la evasión.
Y ahí entra el terror.
De un tiempo a esta parte ha venido observando cómo se conforman dos corrientes bastante diferenciadas de lo que hasta ahora ha sido la línea general del la creación y el gusto terroríficos. Dos corrientes que yo me arriesgaría a enlazar con dos de las formas de evasión o conflicto que antes he citado.
Exageremos, sí, a veces es bueno hacerlo pero sabiéndolo y avisándolo, sabiendo que jugamos con los extremos de la cuerda.
Tenemos dos formas de sentir el terror: la sociópata y la evasiva.
La primera podemos relacionarla con el terror de tipo gore, los asesinos en serie, la casquería y la violencia gratuita.
La segunda con esa otra forma más elaborada y ritual que ha venido a crear las culturas góticas y siniestras.
Las dos coinciden en algo. Se diferencian de la misma manera de lo que hasta ahora había venido siendo la forma más común de acercamiento al terror: la empatía con la víctima, el miedo que se traslada desede ella al observador y crea en él una emoción pareja, temporal y catártica. Las dos corrientes olvidan ese nexo, no se busca, no importa la relación con la víctima, ésta es un mero sujeto, necesario, pero no central.
En la corriente sociópata, sigamos exagerando, el aficionado busca la venganza, busca sublimar su frustración contemplando y disfrutando al observar a unos, podíamos calificar de émulos, seres que se han despojado de todas las ataduras morales, de todos los impedimentos sociales y psicológicos que limitan nuestra respuesta agresiva y goce con la destrucción. Es relativamente normal encontrar en los foros aficionados de este cariz que protestan por la poca imaginación de una obra al retratar la violencia, la sangre; su exigencia de unos cada vez más refinados y explícitos métodos de terminar, de hacer sufrir con las víctimas. Nos encontramos en casos donde no existe para nada empatía con dicha víctima y sí una corriente de simpatía soterrada para con el sujeto causante del dolor, un deleite en el aguijoneo, el juego macabro continuo con la sociedad y las fuerzas del orden que la representan.
En nuestra segunda corriente tampoco existe empatía por la víctima, pero al contrario de la corriente sociópata, sí existe una cierta empatía, un reflejo de actitudes y de situación para con el monstruo, muchas veces hasta un verse como él. La impronta de este terror viene dada por el protagonismo, no ya de la violencia, que a veces hasta es sublimada y postergada, si no del monstruo, del ser diferente, del inadaptado. El ejemplo más claro lo tenemos en la figura del vampiro, divinizada y envidiada en estos ambientes. En el fondo nos encontramos con una versión más aquilatada y siempre presente forma de evadir la realidad mediante el recurso de crear un mundo irreal más conforme con nuestros anhelos y necesidades. Donde lo que nos diferencia y separa, se hace primordial y definitorio; el sujeto deja de verse como un inadaptado y se contempla como un privilegiado que conoce una realidad superior y casi trascendente.
Los lectores más sensibles podrían echarse las manos a la cabeza, aterrorizarse ellos mismos ante esta perspectiva que usa el terror, el sufrimiento de una víctima, al fin y al cabo, como medio de goce o evasión, olvidándose de dicho dolor, de su impacto final y real. Pero en el fondo nos hallamos ante mecanismos que la humanidad ha venido usando siempre: modelar de una forma controlada e irreal ciertos instintos disociativos o destructivos, reducirlos al ámbito de una sala de cine, de un libro, de un cómic o un juego de rol , para mantenerlos separados de nuestros actos efectivos.
Espero sus comentarios. Puesto que, en cierta forma, sí vengo buscando la polémica, la discusión, esa tormenta de ideas que anima la creación