El hecho de que mi compañero de tertulia acá en Zaragoza, David Jasso (por favor, lean su novela de terror la silla) me comentara unos días atrás que uno de mis relatos probablemente iba a salir publicado, en breve, en el podcast Divergencia Cero, que comparte con Santiago Eximeno y Marc R. Soto, me ha hecho plantearme un asunto al que, a veces le he dado vueltas:
La oralidad del relato de terror.
Y es que una de las bases sobre la que se ha sustentado la literatura de terror, en su vertiente más ancestral y popular, ha sido siempre la oral: el cuento, la conseja de viejas, la historieta, la leyenda relatada en boca de un juglar, de un orador, de un supuesto testigo. Hasta el nacimiento del cine, del cine quizá la capacidad más directa para producir esa sensación de temor, de susto, de escalofrío fuera la narrativa oral y no la literaria e impresa propiamente dicha.
La oralidad implica un acceso directo a la empatía si el narrador es hábil: algo que en la literatura se hace más difícil, pues casi siempre surge para con la víctima, se limita a ella; mientras que en la narración oral, el cuentista no sólo la centra a ese elemento, sino que ensancha el horizonte de percepción del oyente, depositando con sibilina intención detalladas descripciones, ambientaciones sombrías, giros inesperados… todo ello aderezado con un uso adecuado del tono, de la mímica facial y corporal. Sí, pues es el tono, el giro fonético del lenguaje, su mirada, su mala intención, hasta el entorno, son también el motor absoluto del miedo en esta narración.
Recuerdo con cariño algunas locuciones radiofónicas de mi infancia, cuando la radio todavía primaba sobre el naciente televisor. También alguno de los programas de Juan José Plans, en los que se locutaban clásicos del terror e historias escritas por el propio presentador, incluso ciertos programillas de pseudo investigadores de lo oculto, en los que, con pompa y organillo lúgubre, se relataban supuestos sucesos espectrales. Qué noches de miedo, de temblor.
Les aseguro que añoro esas reuniones de amigos en la que, no se sabe porqué extraña razón, a alguien se le ocurría contar aquella historia que a su vez escuchó de labios de otro amigo y que hablaba, sí, sin trampa ni cartón, de unos hechos escalofriantes que acaecieron a un tipo desconocido en no sé qué lugar. Sabemos que es mentira, pero aun así, no podemos sustraernos a esa corriente helada que hace vibrar nuestra columna vertebral.
La tipología del cuento oral de miedo esbastante limitada y poco elaborada. Casi siempre usa de los mismos temas, de los mismos arquetipos. Y es esa sencillez la que le confiere buena parte de ese poder de evocación, pues bebe de la parte más cercana del inconsciente colectivo, de los terrores comunes.
Así pues, gracias a Marc, Santi y David. Gracias por acercarnos a ese otro universo del terror. Esperemos que no se pierda entre vísceras, motosierras y asesinos en serie. Gracias por tener la valentía de crear esa web, Divergencia Cero, en la que el terror entre en la sangre a la antigua, mediante el verbo.