¿Son ustedes supersticiosos?
Yo no.
Pero a veces, cuando uno toma un libro concreto del anaquel o el expositor de una librería, un leve temblor se trasmite del ejemplar a su mano, un temblor apenas perceptible, tanto es así que uno duda si no lo ha sentido en su cabeza y no en la punta de los dedos. Es un temblor que crea un nexo irrenunciable entre tú y el papel.
Percepción fugaz, escalofrío breve pero perturbador; uno sabe que algo se trama, algo en apariencia bueno. Y coge el libro, se lo lleva al regazo por miedo a que alguien se lo quite, se acerca a las cajas con la mirada baja, casi avergonzado por esa emoción que le impulsaría a leerlo allí mismo, sin esperar... y se aleja en dirección a casa, con la intención precisa de gaurdar ese ejemplar en la biblioteca, en un lugar preferente, como ese dulce que, cuando somos niños, nos regalan y posponemos ilusionados hasta el momento adecuado de paz y sosiego.
"La fábrica de pesadillas" de Thomas Ligotti. Ya les contaré.