A veces la licencia literaria gusta de tener una duplicidad, el juego de la idea y la palabra se deja domar por dos arquetipos, llamémoslos así, que contienen y definen.
Ando de relectura, por gusto, por añoranza. La elegida, una de mis novelas de terror favoritas, por no decir que la favorita: "Fantasmas", del autor Peter Straub. Ya he hablado de ella en el blog alguna vez, por lo que no entraré a decir más que me sigue pareciendo magnífica. La saco a colación en una nueva entrada porque en ella se me he encontrado con uno de esos recursos literarios que, bien manejados, hacen de la lectura un ejercicio estimulante y hermoso. El relato dentro del relato, la digresión de uno de los personajes que deja de ser personaje puro y se convierte en narrador, en trasunto, en émulo del escritor, en extensión escrita...
En este caso se trata de una escalofriante y sencilla historia de fantasmas y de perversión dentro de otra historia de fantasmas: un cuento a la manera clásica salpicado con elementos que en ningún caso son propios, al menos en una lectura superficial, del cuento tradicional: incesto, maltrato, vampirismo espiritual (sí, permítaseme el palabrejo...).
Lo he leído esta noche, y su lectura me ha traído a la memoria otros ejemplos de perlas en la ostra, de muñecas rusas encajadas una dentro de otra, que me dejaron anodadado. Uno de ellos es el clásico entre los clásicos, el juego de matrioskas por excelencia: "Mansucrito encontrado en Zaragoza", de Potocki. El otro, uno de mis referentes literarios, otra de esas relecturas obligadas: "El halcón maltés" de Hammet.
De la obra de Potocki poco puedo decir, si quisiera hablar de la historia en la historia, en la historia, en la historia..., en la historia, nunca terminaría. Simplemente, léanlo. Pero de Hammet, oh, sí, de él sí recuerdo a Bridgett escuchando a Spade relatando la parábola (considerarla parábola no es imaginación mía..., más gente lo ve así), la parábola de Flirtcraft.
Érase un hombre trabajador, vulgar, del montón, un hombre como cualquier otro, con una existencia aburrida, una familia como cualquier otra, con deseos y necesidades vulgares, arbitrados y mediocres. Érase un hombre que nunca se ha planteado analizar su existencia, que se dejaba llevar. Érase un hombre que, un día, salió de su casa a hacer lo que hacía cualquier jornada, y que, en el camino, estuvo a punto de morir aplastado por una viga: acontecimiento brutal y aleatorio, acontecimiento señero. Un hecho -señal- que determinó que reflexionase y decidiera, dado lo extraordinario de tal augurio, que era necesario empezar de nuevo, cambiar su existencia, borrar de un plumazo su pasado y reiniciarse. Érase un hombre que aparece al cabo de los años. Un hombre que se ha casado de nuevo, que ha encontrado un nuevo trabajo: érase de nuevo un hombre anodino y vulgar, de nuevo el mismo rostro en un marco gris apenas diferentes al anterior marco, de nuevo del montón, anónimo, vacío. Todo cambia para que todo siga igual.
Quizá la historia escondida dentro de "Fantasmas" no tenga la intensidad, la profundidad psicológica de la de Hammet. Pero sí posee un resabio de perversión contra natura, de maldad absoluta que, espero, le guste a quien lo lea. Una pequeña joya del horror, un cuento de vampiros modernos, de los que no necesitan sangre, de esos otros que corrompen el alma con ponzoña y luego se alimentan de ella.
Y mientras seguiré a la busca de la perla, de la muñeca diminuta dentro de la otra muñeca, como buen lector.