Nos gustan los héroes. Hay una veta genética que nos hace
admirarlos; que, en muchos casos, busquemos imitarlos, adquirir algo de su
naturaleza mítica, atemporal; algo de su fuerza, algo de su terquedad.
El héroe ha dado mucho juego en la literatura (también en la
de terror), y de la misma forma que su arquetipo imaginario, ha ido mutando,
adquiriendo nuevos matices, apellidos y prefijos…, pienso, por ejemplo, en el “antihéroe” un héroe matizado, algo sucio, fosco, pero héroe al fin.
Nos gusta, nos han educado para esperarlo, que el héroe venza,
que sea el protagonista del victorioso final. Si no es así, buscamos que no ceje, que no se
rinda que, aunque haya sido derrotado, que sea esa una derrota momentánea, una
derrota preludio de lo que seguramente será una victoria grandiosa. El héroe
nunca pierde le fe ni la esperanza…, duda, sí, puede dudar, puede mostrarnos su
debilidad momentáneamente para mostrárnoslo más humano, pero al final las dudas
se disuelven sin remedio en la tormenta
de la catarsis final.
La armadura del héroe viene dada por su estricta concepción
de la realidad y de las reglas que le relacionan con ella; no caben grietas. El héroe es el dueño de la verdad, de ahí su
fuerza. Por eso, unode los mecanismos más atractivos de la creación es el de
mostrar la “caída” del héroe…, aunque más que de derrota habría que hablar de
el encuentro con la lucidez —el héroe en
pocos casos es derrotado, sino que cambia el eje sobre el que giran sus
expectativas y obligaciones—, encuentro con la verdad objetiva que se manifiesta
contraria a su verdad subjetiva, una nueva verdad que sojuzga y conmueve, que resquebraja.
Lo inconmovible se conmueve. Eso es…, y esa conmoción tiene
un especial atractivo para el creador: el desarrollo del proceso de mutación,
el choque del idealismo con lo real carente de matices éticos, solo real, pragmático.
O en el caso del terror el choque entre al concepción mecanicista y positivista
del mundo contra esa otra, sobrenatural, trágica y depredadora. Un choque que
disuelve a la persona, la anula y al mismo tiempo nos anula a nosotros: espectadores
que empatizan con el héroe aniquilado.