Hace unos cuantos meses llegó a mis oídos la noticia de que se estaba emitiendo en un canal de pago una serie llamada Crematorio, basada en un libro homónimo de Rafael Chirbes. Y en los mentideros se hablaba de esa serie como de una joya, una serie que no poseía la indiscreta mediocridad de buena parte de las series españolas. Eso picó mi curiosidad y, al cabo de un tiempo, di con el libro, lo compré y lo leí.
A veces uno se pregunta cómo no ha leído algo antes, cómo no ha sido capaz de descubrirlo de motu propio, por qué le ha fallado ese instinto cazador, ese presentimiento que nos asalta en la librería. Crematorio es una joya, eso sí, una joya no apta para los que ven la literatura como algo fácil de deglutir, como un mero pasatiempo en el que no aplicar esfuerzo. Crematorio da, pero Crematorio pide, y pide mucho. Es un libro intenso, denso pero sutil,;equilibrado dentro de su aspecto, a primera vista, pesado; engañosamente alambicado.
Crematorio es el resultado de una vida, un colofón transitorio, espero, donde se intuye que el autor ha descargado, no solo su buen hacer literario, sino también su experiencia vital e intelectual..., y esto último podría dar como resultado un tostón pedante, pero no: Chirbes se sirve con cuidado de esos guiños vitales, intelectuales, para dibujar a trazos aparentemente gruesos -realmente de una finura excepcional- una parte de la historia en la que España está inmersa actualmente. Y lo que es más difícil, lo hace desde el punto de vista de la intimidad de los personajes que desfilan uno a uno, monólogo a monólogo, capítulo a capítulo, por el libro; de sus pensamientos, de sus filias, fobias, deseos y frustraciones.
La vida individual caracteriza y muestra, con la prosa de Chirbes, esa otra vida general, histórica y cultural, sin perder esa sustancia que nos acerca a los personajes como entidades propias.
A los amantes de la buena literatura: no hay que dejar de leer este libro.