Hace unos días, en una de esas conversaciones peregrinas, salió a colación el tema de los animales asociados al tránsito de la muerte (psicopompos). La verdad es que fue un breve intercambio de recuerdos, de lecturas, pero a mí, además, me trajo a la cabeza una de las escenas literarias que más me perturbó en sus tiempos.
Hablo de Lovecraft, de lecturas juveniles, de la lectura de "El horror de Dunwich" y de los chotacabras.
En el particular folclore de fondo en los relatos de Lovecraft, estos pájaros (Caprimulgus vociferus) tienen la escalofriante intuición de percibir cuándo la muerte ronda al moribundo de cerca, poseen la capacidad de, llegado el momento, si esta es débil, atrapar el alma del difunto cuando escapa del cuerpo ya inerme.
Los chotacabras se reúnen en grupo lo más cerca posible del lecho de muerte. Pían con la cadencia de su trino acompasada con los estertores del agonizante. Trinan una y otra vez, una y otra vez en una melodía lenta o desangelada, rápida o apagada... Amoldan su cacofonía a los últimos pasos del alma en el mundo de los vivos... Por fin, cuando la segadora llega y corta el tallo que une al vivo a su existencia efímera, según fuera la fortaleza de espíritu del muerto, los chotacabras no consiguen hacerse con el alma, se silencian y desaparecen discretos. O, por contra, logran atraparla y así estalla sin solución de continuidad un jolgorio cruel y ensordecedor de trinos desordenados, vesánicos y crueles. Un gran grito que revienta el aire a su alrededor, es el júbilo del depredador.
Recuerdo que pensé que aquella imagen era tan bella como estremecedora.