De vuelta del fin de semana me traigo cansancio, ilusión, libros, nuevos amigos y recuerdos de los viejos de nuevo vistos. Han sido dos días ajetreados, de turismo y cosas que no son turismo, pero que resultan igual de agradables. Antes de nada agradecer a toda esa gente valenciana, de nacimiento y de adopción la acogida que nos dieron a mi mujer, Marimar, y a mí mismo.
Pero esta entrada del blog tiene un propósito concreto. Vamos a ello.
De entre todas las actividades, aquella que disparó mi visita fue la participación en la “Noche terrorífica” de la Almacon celebrada en Alamássera. Allí participaron David Mateo, Juan de Dios Garduño, Andrés Rodrigo, Daqui Gómez,José Miguel Cuesta, José Rubio y yo mismo. En ella estuvimos haciendo disquisiciones acerca del terror en clave generalista y desenfadada… y fue ahí donde, a resultas de un comentario de Andrés, creo que fue Andrés, se me encendió la lucecita.
Hablaban de zombis, digo hablaban, porque a mi el tema no suele decirme demasiado. No me acaban de gustar las novelas o películas centradas en este subgénero; por el contrario, sí me llama la atención el porqué de su éxito, de su boom, las razones que llevan a tanta gente a acoger con gusto eso que a mí no me llama la atención. Normalmente uno especulaba con explicaciones de lo más variopinto. Esas disquisiciones sesudas y algo simples que atienden al lado social: un mundo lleno de zombis como metáfora de la deshumanización, de la normalización y simplificación que la sociedad actual proyecta y contagia a sus individuos; o la vertiente, llamémosla, antropológica, en la que hay una reacción por parte del lector/espectador al ver la pérdida de identidad del individuo zombi como una posibilidad abierta para él mismo… aterradora, cercana.
Y sin embargo, ya digo, fue Andrés el que destapó el tarro de las esencias. Nada de eso. No hay que atender a lo social-metáforico, hay que hurgar menos profundo, hay que ir a la escala más superficial, a las necesidades de evasión, a la zona reptil del cerebro de todo ser humano —exagerando las cosas—. Hay que buscar la explicación en el retrato apocalíptico, o post apocalíptico, de la sociedad.
Hablamos de una sociedad desintegrada, sin trabas legales, éticas o morales, donde todo está permitido. La única regla es la supervivencia: el robo, el asesinato preventivo, la reducción absoluta del ser social y ético… todo está permitido, y no solo permitido, sino que suele ser la mayoría de las veces una necesidad irrenunciable y básica para la supervivencia. Deja de haber ataduras y cada cual es el rector de su propio destino en un sentido absoluto.
El paraíso escapista de cualquier de nosotros, seres alienados, reprimidos, cohibidos, encadenados a un traje de normativas estrecho y sofocante en muchos casos… una nueva utopía pervertida, pero utopía al fin y al cabo, que nos proporciona un escape temporal dentro de las páginas, la pantalla y la imaginación. Donde somos héroes, pero al mismo tiempo villanos sin miedo al castigo o la penitencia. Donde podemos dar rienda suelta a cualquier deseo insatisfecho o coartado.
¿A qué da miedo?