La fantasía dentro de la obra narrativa puede ser o recurso o protagonista. Estamos acostumbrados a que su papel sea el de protagonista, actuando en algunos casos como sucedáneo de la calidad. Ismael Martínez Biurrun nos presenta, con su timidez habitual, una obra donde la fantasía es un animal domado, un recurso con el protagonismo limitado, un ladrillo más dentro de la estructura de la obra, que ayuda a sostenerla en su grado justo, sin más.
Pasado y presente, fantasía y realidad, Historia e historia, se entrelazan en esta novela, y lo hacen total naturalidad. Si hay una palabra que defina Mujer abrazada a un cuervo es esa: naturalidad.
Ismael ha escrito una delicada novela de suspense y aventuras, manchada con unas sencillas gotas de terror -muy contadas-, algo de romanticismo y una dosis de fantasía elegante, simple y bien llevada. Como los personajes de su anterior novela, Rojo alma, negro sombra, los protagonistas se mueven en las fronteras, en los bordes, en las discontinuidades que separan o unen, según se vea, diferentes mundos, realidades y percepciones. Estos caminan en un precario equilibrio, sometidos a fuerzas externas sobre las que apenas tienen control. Y al mismo tiempo que caminan en pos de la solución al problema (pues siempre hay un enigma, un problema, una prueba que completar o resolver), atravesando las fronteras de un lado a otro, efectúan una búsqueda de su propia completitud, de su realidad más íntima, de un sentido que dote a su existencia de una silueta definida.
Ismael trata al lenguaje como un orfebre a los materiales más preciosos. Maneja el suspense con manos de prestidigitador, sin trucos sucios, sin apenas esconder nada a los ojos del lector. Sus giros argumentales no son bruscos, aunque mantienen intacta su capacidad de sorprender al lector y de mantenerlo enganchado a la lectura. Nada sucede porque sí, nada se relata porque sí.
Quien quiera acercarse a la novela que lo haga con el tiempo y la tranquilidad a su espalda. Mujer abrazada a un cuervo no es una novela para leer en el metro, para leer deprisa, engulliendo párrafos y capítulos; es un delicado mecanismo de precisión que requiere su tempo, su horas, un ambiente adecuado, sus relecturas parciales.
Ismael no nos defrauda. Ismael nos está mal acostumbrado a un listón muy alto en el panorama fantástico español. Como escritor es un referente a seguir, un referente que antepone la buena literatura a cualquier etiqueta.
Leer a Ismael no es leer un género, es leer pura y simple literatura.
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