miércoles, mayo 12, 2010

Zombi Revival

Copio y pego un viejo artículo que redacté en su tiempo para la revista digital Scifiworld.
¿Por qué? Porque aunque no sea muy amigo de los tipos podridos y hambrientos, en breve les trasladaré una buena noticia relacionada con ellos, y conmigo mismo.
Mientras tanto quédense con estos nombres.
Todos forman parte de NOCTE, hay premios minotauro, ignotus, novelistas de éxito, promesas que serán futuros referentes:


Juan de Dios Garduño | Magnus Dagon | Miguel Puente | Victor Conde | Claudio Cerdán | Marc R. Soto | Julián Sánchez | J. E. Alamo | Santiago Eximeno | Sergio Mars | José Mª Tamparillas | Emilio Bueso | Fermín Moreno | Rubén Serrano | Pedro L. López | Roque Pérez Prados | Pedro Escudero Zumel | David Jasso | Nuria C. Botey


Recuérdenlos. Muy bien...


EL PROTAGONISTA POR EXCELENCIA DEL GÉNERO MODERNO DE TERROR, LOS ZOMBIS, HAN VUELTO A RESUCITAR CON FUERZA. COMO BUENOS PERSONAJES DE LO SINIESTRO Y OSCURO, HAN PERMANECIDO ESCONDIDOS, REFUGIADOS EN SUS GUARIDAS, DANDO PEQUEÑAS BATIDAS PERIÓDICAS, ESPERANDO EL MOMENTO ADECUADO. AHORA, REFORZADOS, HAMBRIENTOS, SALEN DEL CUBIL EN BUSCA DE SUS PRESAS, TANTO EN EL CELULOIDE COMO EN EL PAPEL.


Se dice, teorías las hay para todo, que cada generación, cada sociedad, cada estado de las cosas, crea sus propios monstruos. El terror es un tema que se ve notablemente influenciado por la sociedad que lo asimila y regurgita. Fobias, miedos, alienaciones y frustraciones son materia primordial con la que se abona el campo para que las semillas de lo infausto germine con fuerza. El zombi moderno es por completo hijo de esta teoría.

¿Moderno? Todo concepto, toda creación sufre una proceso de generación, evolución y mutación. Dicha evolución es un perfecto ejemplo que, además, nos sirve para contemplar el cambio de fondo que ha venido sufriendo la creación terrorífica a lo largo de los últimos tiempos.

El zombi bebe en sus inicios de creencias que, exagerando algo, podríamos llamar espirituales y religiosas, y aquilatando el adjetivo, sería mejor decir supersticiosas. El zombi es uno más de los elementos que adornan ciertos cultos de origen africano, desarrollados y alterados finalmente en el Caribe. La fuerza inicial de nuestro amigo nace en el respeto, consciente o inconsciente que se tiene hacia ciertas prácticas mágico religiosas de origen exótico. El secreto del vigor literario y artístico del zombi reside en su caracterización como un ser al que se la quitado el alma y disuelto la voluntad. La ‘zombificación’ es un proceso individual sufrido a manos de un ser humano dotado de conocimientos o poderes especiales, un hombre activo, dotado de un poder especial. Individual porque es un estado personal, intransferible si no es mediante la acción de ese polo de autoridad. Por lo que, el miedo, en esos amaneceres del concepto, no nace de la percepción del monstruo en sí, sino que se enfoca más hacia ese dominio exterior a él que lo crea, lo manipula y finalmente lo destruye. La fuerza inicial del monstruo ya apunta en cierto modo a lo que luego estallará, a la pérdida de la individualidad, de aquello que nos hace independientes como individuos y personas; sin embargo, en estos inicios, la criatura nos produce más curiosidad que miedo, incluso ternura y empatía, el mal reside en otro ser, en una voluntad ajena a la suya, él es sólo una herramienta manipulada, una víctima.

Incidamos en varios puntos esenciales: perdida de individualidad, manipulación, superstición, poder exterior concreto.

El miedo que impregna las historias primerizas de Zombis es muy similar por un lado al que pudo proporcionar un Frankestein, una momia, un hombre invisible… seres atrapados en un destino trágico con los que existe una cierta capacidad de acercamiento y empatía ante su sufrimiento; y por otro el miedo que recrea la capacidad de hacer el mal de alguien con dominio de ciertas artes oscuras, con capacidad para manejar a su antojo ciertos aspectos del universo, y en concreto la voluntad y el espíritu de sus semejantes. El mal se muestra personalizado, definido, con un objetivo claro y unos medios determinados. El mal juega con unas reglas conocidas por espectadores y lectores. Es el miedo al otro, a lo diferente, al poder casi divino que tiene la capacidad de destruirnos físicamente, una somatización de algunas de las angustias ancestrales del ser humano.

Sin embargo, con el paso del tiempo, los roles cambian. La esencia que define al monstruo sigue siendo la misma, una ente despersonalizado, simple, sin alma, al que se le retirado aquello que lo hace humano. Pero el objeto que causa su conversión se difumina, se vuelve impreciso, elusivo, casi indeterminado. Un virus, una sustancia química, radioactiva… una mutación… en cierto modo ya no hablamos de una manipulación activa y efectiva de un ser humano, hablamos de un accidente, casi de un castigo venido en forma de una terrible enfermedad. Por que esa es la diferencia manifiesta con respecto a la figura germinal del monstruo. Ya no es uno, concreto, el zombi ahora, en la modernidad, es la masa, lo indefinido. Y el mal no asume una intención inteligente, se desprende de toda intención; el contagio es global, ciego en el sentido de que no distingue a nadie e iguala a cualquier ser humano que se ponga en su camino. El terror se ha socializado en el sentido de que ha perdido su componente esotérico, ese nexo con lo trascendente, con la creencia en un más allá, en unas fuerzas ocultas por encima del conocimiento racional.

Ya hemos dicho que cada generación crea sus propios mecanismos del miedo, asume sus personales iniciadores. Es una sociedad desacralizada, regida por leyes de mercado, donde el consumismo y competitividad son los pilares de esa economía sobre la que se asienta todo, a la que todo se doblega: la figura del zombi se vuelve un reflejo de los miedos inconscientes que provoca este estado de cosas. La competitividad y el consumismo necesitan de un individuo cosificado y sin espíritu. Sus métodos son activos. No esperan a que este escoja libremente, no, los factores de mercado, la necesidad misma de crecimiento, expansión y refuerzo de la doctrina, necesitan que todo hombre y mujer se involucren y formen parte del juego, y para ello usa el engaño, la seducción, y llegado el momento la fuerza bruta.

A un nivel superficial esta es una forma de vida fácil y cómoda, a un nivel más profundo nuestro espíritu se ve sometido a una alienación continua que intenta destruir sus bases objetivas de comprensión, crítica y observación: las bases de nuestra libertad.

El zombi es la metáfora por excelencia de la época que vivimos: seres relajados de su condición humana; dirigidos por un vago conjunto de leyes inapelables; ansiosos de buscar al otro, al distinto, para convertirlo en uno más para no sentirse solos en su estado de degradación. Nuestro miedo inconsciente ante el continuo ataque de la publicidad, de los gurús de lo políticamente correcto, de la ideología económica dominante, ese miedo, se ha corporeizado en la forma de un monstruo, reflejo exagerado de la realidad. Ya no es un miedo a lo individual, a lo concreto —aunque este concreto sea algo trascendente—, no; es un miedo a lo indeterminado a lo ideológico, a una forma de ser, a la propia desintegración de lo que nos define e individualiza.

José María Tamparillas