¿Podemos hablar de una obra fantástica? En cierto modo sí. Un ejemplo más, si usamos el lenguaje tan de moda en estos casos, de SlipStream, donde lo fantástico es una pincelada, un toque de especia que salpimenta la narración, haciéndola un poco más sabrosa en el contraste. ¿Podemos hablar de una novela psicológica? Sí, a las claras esa parece la intencionalidad del autor, o al menos una de las principales. Monteagudo prepara un experimento: ¿qué sucede si reunimos a un grupo de viejos amigos de juventud veinticinco años después, cada uno con su vida, con sus secretos? ¿Qué sucede si los juntamos en medio del Apocalipsis, sin que ellos lo sepan, claro, aunque lo puedan intuir? ¿Qué sucede si ese Apocalipsis particular los va diezmando con una sucesión de desapariciones misteriosas? ¿Qué piensan y hacen?
¿Podemos hablar de una gran novela? No, si acaso nos encontramos ante una novela correcta. Quizá de ahí mi sorpresa a posteriori, pues parece ser uno de los bombazos editoriales del año, de esos que van de boca a oreja, tocados por la barita mágica de esa publicidad viral espontánea que, a veces, recorre el incomprensible mar de las novedades editoriales.
Quizá sea que sus personajes me hayan parecido demasiado planos, apenas sin diferencias. O quizá sea que el histerismo, la inquietud rebaja las aristas que nos diferencian y nos iguala un poco, siendo eso lo que Monteagudo nos quiere transmitir. Pero no, aunque sea así, siguen siendo muy planos, sencillos, tan poco profundos como los charcos de las aceras. En una situación así deberíamos ver salir lo mejor, lo peor y lo absurdo de las personas. El autor prefiere dejar un perfil más plano, demasiado pedestre, que desdibuja la trama en una sucesión de repetitivos sucesos.
A su favor hay que apuntar la presencia de algunas, bastantes, escenas dialogadas de una calidad increíble —aunque haya algunas otras que chirrían un poco y otras en las que el lector tropieza como en una cáscara de plátano, escenas que parecen estar ahí para dar un cierto toque de surrealismo, de humor entrelíneas, pero que interrumpen la coherencia narrativa del relato—.
También a su favor el manejo de la tensión y, sobre todo, el recurso a la imaginación de lector: Monteagudo no es muy amigo de explicar las cosas. En ningún momento sabemos que causa el Apocalipsis, está ahí y punto; tampoco explica cómo o porqué desaparecen uno a uno los protagonistas: sucede y ya está, es parte del juego; en otro, surge la alusión velada un acontecimiento pretérito que ha marcado a todos los personajes, podemos intuir qué ha sido, cómo ha sido, pero nunca lo sabemos con certeza, no se nos cuenta: está ahí, mudo e invisible, como una Espada de Damocles fusionada con el Enigma de la Esfinge.
Muchos se sentirán defraudados con la lectura. Es una novela que no tiene final, me refiero a una completitud que cierre el argumento. Es una de esas novelas que se limita a realizar un retrato fiel y casi aséptico de lo que sucede, sin entrar en especulaciones —hablo del narrador, que los personajes sí las hacen, y muchas—, de lo que sucede, digo, en un determinado lapso de tiempo: es así y así te lo cuento; esto se dice, esto se hace, esto se piensa; el resto, como lector, juega en tu campo, yo, como autor, no voy más allá, no quiero o no me hace falta explicar ni terminar nada.
A mí eso, personalmente, no me disgusta, es un acicate, un estímulo. Quizá es así porque suele ser un recurso poco habitual. Un recurso del que si se abusase en demasiadas creaciones, terminaría por no estimular nada más que el mal humor en lugar de nuestra curiosidad.
En definitiva, una primera obra buena, pero sobrevalorada visto el nivel de elogios que hay en la web. Una novela que merece la pena lee aunque solo sea para opinar, y que quizá sea la primera de otras muchas en las que las formas que se apuntan tomen cuerpo.
Un buen debate al respecto en Literatura Prospectiva