En esto de la literatura de terror hay una mezcla que raras veces falla, salvo por torpeza del autor, que es la combinación de niños y miedo.
Revisando mis lecturas a vuela pluma, es una forma relativamente temprana, de la que se pueden encontrar muy pocos ejemplos en los anales del terror más clásico. Sin embargo en la literatura más moderna y contemporánea es casi un hecho habitual la aparición de una figura infantil o adolescente que cumple la función de contrapunto y paradoja, pues suelen ser personajes maduros —muchas veces más que sus compañeros adultos—, activos y determinantes. Suele ser el niño el primer personaje consciente del peligro, como si su inocencia todavía permitiera una conexión con hechos o comportamientos que lo puramente racional y positivo no es capaz de percibir. Suele ser él también el que recoge y aglomera la fuerza que permite vislumbrar la solución o el fin del problema, en contraposición a la percepción inconsciente del lector de sus supuestas inocencia y fragilidad.
Podemos encontrar diversos iconos de este tipo de literatura, de entre los que destaca con brillo deslumbrante el “It” de Stephen King —aunque el autor de Maine suele ser recurrir a las figuras de fuerza infantiles en sus historias con recurrente periodicidad—; aunque la obra que me ha hecho traer este tema a colación es mi última lectura: “Un verano tenebroso”, de Dan Simmons.
Recuerdan ustedes lo que sucede cuando comparamos “Fantasma” de Peter Straub y “El misterio de Salem’s Lot” de King… bueno, algo sucede con las dos obras mencionadas en el párrafo anterior. Son solidarias, nacidas de un mismo instinto, aunque diferentes, abordadas desde diferentes formas de narrar. La verdad es que la obra de Simmons me ha gustado. La de King también me gustó, aunque dista de ser mi favorita.
En ambas los niños, la amistad, la maduración y el mal son los protagonistas inequívocos.
Hablamos de un libro largo, denso, no denso al estilo de King, donde la introspección y los desvíos predominan, sino de una densidad que apunta hacia la pura narración, hacia el detalle. Eso a veces hace que la lectura se vuelva tediosa, pero ese aburrimiento no suele durar mucho más allá de unos pocos minutos.
Nos encontramos con un argumento interesante, bien estructurado, con un final trabajado y espectacular; con unos personajes bien dibujados, donde lo que prima en ellos es su comportamiento, sus acciones, cómo responden a los sucesos, más que una descripción estática. En el la configuración del mal se hace bastante atractiva, y en cierto modo algo más digerible que la que King realiza al final de “It”.
No es una obra maestra, pero si un libro que merece la pena que esté en los anaqueles de la biblioteca de cualquier amante del terror
De nuevo una recomendación para los amantes del terror, un plato a saborear, aunque sólo sea por comparar y probar nuevos gustos.