Con el tiempo uno, como lector, adquiere gustos y fobias. Buena parte de las veces es debido a una mezcla solidaria de gusto y reflexión, pero otras se de be a un prurito sin origen definido.
Y eso es lo que me ha pasado con la novela de John Harwood. Ha llegado un momento, aproximadamente al setenta por ciento del libro, en que no he sido capaz de continuar, la narración ha comenzado a hacérseme cuesta arriba, soporífera, recargada, con un goticismo rancio y una falta total de dibujo de los personajes.
No me desagrada en exceso la novela gótica y sus pastiches y recreaciones contemporáneas, no si la trama es interesante y, sobre todo, los personajes están bien perfilados, su idiosincrasia penetra en mí y se hacen creíbles. Tengo otras formas de abordar el terror que a priori me gustan más, pero procuro no desdeñar nada. Sin embargo la obra de Harwood, con su nulo manejo de las transiciones temporales, la intromisión forzada de relatos adosados, de carácter decadente, añejo y bastante tópicos… esta obra, digo, no ha terminado de atraparme. Y eso que alguno de esos relatos, en algún momento, logra recrear la esencia del buen relato clásico a lo Vernon Lee.
No estoy diciendo que la novela sea mala. He podido leer en muchos lugares buenas reseñas entusiastas, pero a mí no acaba de convencerme.