Hay ciertos nichos donde el terror germina con vigor a poco trabajo que realice el autor. Uno de ellos es el de las obsesiones. Por alguna extraña razón las personas obsesivas despiertan en el resto del universo una sensación de desapego que, a veces, roza la inquietud. Sí, quizá antes haya habido mofa y humor cruel, pero cuando la obsesión supera cierto punto de no retorno, el humor se opaca y termina transformándose en una sensación incómoda que nos impulsa a alejarnos.
Esta nota viene a cuento de una de esas noticias peregrinas que a veces uno lee en la prensa, en este caso la de una mujer obsesionada con la cirugía estética (algo que, lamentablemente, comienza a ser más común de lo que pensamos), y que lleva su obsesión al rango de la adicción más enfermiza... puesto que termina inyectándose por su cuenta aceite de cocina en lugar de silicona.
No soy muy partidario de exponer en este blog posibles argumentos, me gusta guardarme las ideas creativas para mí mismo, pero en este caso he creído conveniente hacer una excepción... una reflexión.
¿Por qué ese miedo al obseso, al monomaníaco?
Quizá porque la obsesión debilita las fronteras que se nos han definido y que mantienen en equilibrio nuestra forma de relacionarnos con otras personas, sacando a la luz una suerte de instinto animal contaminado. Quizá sea el simple miedo a lo diferente, a lo enfermizo cuando se instala en ese concepto tan elusivo y esotérico que es la mente
No lo sé. Tendría que analizarlo más en profundidad. Sin embargo sí sé que, cada vez que me enfrento a noticias como la anotada, una parte del creador de historias que hay en mí tiembla de placer