Acabo de dejar de leer, sí, tal como suena, El mar de muerte, el libro ganador del premio Stoker escrito por Nacy Holder.
¿La razón? Hay tantas, pero de entre todas se destaca una, la hipertrofia. Estoy más que harto de esa ley tácita que dicta que si una obra no sobrepasa las doscientas y pico páginas, pues no es una novela decente. Tampoco se me olvida despotricar contra la innecesaria inclusión del abuso del efectismo en forma de extravagantes, apresuradas y desordenadas maneras de narrar.
Una lástima, pues la historia en sí es buena, el argumento que se dibuja cuando se sobrevuela la obra a vista de pájaro es atrayente…( ya saben que, salvo casos especiales, no destripo las obras, prefiero que sean ustedes quienes vean, lea y comparen, este blog es más un lugar donde dejar caer pensamientos peregrinos que surgen de esas lecturas) pero la innecesaria manía de llenar páginas y más páginas termina por ofuscarlo, por enredarlo en un bosque verbal que hace que pronto nos olvidemos de la historia en sí.
Este defecto se deja caer en buena parte de la nueva literatura de terror que voy leyendo. Parece como si los autores no supieran equilibrar la natural propensión del relato horroroso hacia la sencillez, con la propensión creativa y la presión comercial que empujan de todo autor a exagerar.
Me explico.
Un autor no sólo debe ser un buen imaginador, no sólo debe ser capaz de crear una trama terrorífica. Debe acompañar esta de un buen ropaje literario y estilístico, y cuando no se tiene la suficiente capacidad para ello, se sustituye el buen hacer con el torrente desatado de páginas y más páginas dándole vueltas a lo mismo una y otra vez, ahogando al lector en un lodazal de palabras encadenadas sin demasiado sentido.
Uno de los valores que se está perdiendo en la literatura actual, al menos en la que a mí me gusta, es el de la sencillez. Parece como si esa etiqueta, lo sencillo, fuera sinónimo de incapacidad, cuando es al revés: es ahí donde el buen creador demuestra de lo que es capaz. Sencillez no está reñida con falta de calidad, sencillez no es lo mismo que simplicidad; sencillez es saber dar el punto justo a un relato, ni más ni menos (llamémoslo equilibrio si esta descripción penetra o define mejormejor). Un libro de quinientas páginas puede ser sencillo (equilibrado) a mi modo de ver, y lo es porque la historia, las técnicas narrativas, el universo que rodea al eje fundamental de la trama, hacen que esta se expanda con naturalidad, aportando riqueza y no repetición o zafia vacuidad.
Quizá esto no sea sino el resultado de cierto horror referencial de las editoriales por determinados formatos como la novela corta, el relato, las antologías; o de cierta inercia por parte de los lectores en busca del mamotreto, el aspecto externo, como signo externo de 'buena' literatura.