Me cuesta, me cuesta mucho, pero me lo planteado como una tarea…
Y es que ando enfrascado en la lectura de La feria de las tinieblas de Ray Bradbury. Al final me harte de leer acerca de ella, de verla alabado, idolatrada, beatificada.
Y me cuesta, me cuesta avanzar.
Se trata del lenguaje, de la forma. Bradbury me agota, su propensión al rocambole, a la floritura, a poetizar la prosa hasta un extremo insostenible, choca con mi forma de entender la escritura. Y reconozco que es tan sólo cuestión de gustos, nada más. Me crié en una escuela dura, la novela negra americana de Hammet, de Chandler; la prosa suave y profunda de Steinbeck me acompañó unos años; Torrente Ballester se ganó mi respeto con una obra densa y libre, al mismo tiempo… y otros tantos.
Pero con Bradbury, con este relato, no puedo… revolotea, avanza como una abeja que se detiene en cada flor, en lugar de tomar el sendero del bosque; pero me he propuesto terminarlo. Obedecer las consignas, aguantar, avanzar… finalizar.
Urgando en lo arquitectónico: imaginan a un amante silencioso, un amante sentimental, incondicional, pasional, del Románico… recomponiendo su gusto hacia el Barroco, ese soy yo.
La escritura de Bradbury tiene algo de sensual, de acaramelado: si no interviene una imagen, una insinuación, una metáfora… entonces no merece la pena decirlo. Los personajes no son de carne y hueso, son ideas, son entonaciones de una melodía desenfocada. El entorno es música de fondo, salmodia de viento, un arrebato de pinceladas expresionistas Quizá ahí resida la belleza que todos le atribuyen, en esa forma peculiar de introducir al lector en la fantasía en lo onírico e irreal, sumergiéndolo a conciencia, no sólo mediante los hechos narrados, sino, y fundamentalmente, mediante el lenguaje..
Ya les contaré llegado el momento, mientras tanto sigo con la mía.