Hay libros que encuentras, otros que vienen a ti sin apenas llamarlos, otros que juegan contigo al escondite durante unos días..., y luego están aquellos que requieren paciencia, aquellos que sabes que son, pero no dónde están, aquellos, que, a la postre, aparecerán cuando el azar o la necesidad lo decidan.
Ya me sucedió, fue hace unos cuantos años: había leído "Cannery Row", uno de los libros segundones de Steinbeck, un libro delicioso y algo excéntrico. Tras leerlo, me enteré de la existencia de algo que podríamos llamara una primera parte o precuela "Dulce jueves". La búsqueda duró años, unos cuantos, muchos...; no había internet tal y como ahora la conocemos, nada que facilitase las cosas. Todo se limitaba a librerías de viejo, a escarbar, a esperar. Por fin apareció, en una reedición. Y entonces se dio esa extraña emoción de lector fetichista, esa "pequeña muerte" que se presenta y te estremece cuando tocas la portada y pasas los dedos por las primeras páginas, olfateando el aroma de la tinta.
Y ha vuelto a suceder. Quizá de una manera diferente. Ahora ya hay internet..., pero con este libro sucedió lo que con otros, de tanto esperar, se aletargó el ansia, y la memoria lo despejó de su pantalla principal, relegándolo a un semi olvido de telarañas y polvo. Y he aquí que el otro día, caminando por el Casco Viejo de Zaragoza, espoleado por mis dos perras, arrastrado por ellas, por el frío gélido que cuajaba el Cierzo, que pasé por delante de una de esas librerías de viejo: "Luces de Bohemia". Había una expositor en la calle, lleno de libros desgualdramillados, enmohecidos, viejos... un expositor que expulsaba ese olor característico del libro viejo saldado, en las últimas..., un olor que a los tipos como yo nos aguijonean, nos transmutan en sabuesos, en yonquis improvisados.
Me detuve, mis perras me miraron extrañadas, una de ellas empujó impaciente, aterida, y la detuve; hurgué desganado, con la prisa espoleando mis dedos. Y entonces apareció. Lacerado, amarillento, o como a mi me gusta decir, con personalidad propia. Porque hay libros de segunda mano que para unos parecen ajados y heridos, pero que para mí realmente han adquirido es una esencia propia, peculiar; sí, una biografía peculiar que transpira en el papel.
Se trataba de un ejemplar "Al sur de Granada" de Gerald Brenan... Ahí estaba. Deseado y olvidado. Un ejemplar usado, un ejemplar que contenía algunas sorpresas. Me gustan los libros de segunda mano que guardan en sus entrañas olvidos o recuerdos de sus antiguos propietarios. Es como si se creara un nexo invisible con ellos, con la emoción que sintieron al leer y poseer el ejemplar. En este caso había dos instantáneas y una postal. la postal era de las Alpujarras, las fotos, dos pequeños recuadros sobreexpuestos donde, en uno se veía un gato ante un portal encalado, y en el otro la placa que el pueblo de Yegen erigió para homenajear a Brennan. Era obvio que quien tuviera el libro, había ido hasta Yegen para ver con sus ojos lo que quedaba de lo que Brenan había descrito. El libro, quizá, había estado allí.
Ahora ando a vueltas con "Al sur de Granada". Gozando de esa locura lúcida de un inglés de clase media, con ganas de cambiar de vida, de leer y aprender, que le impulsó a instalarse en los años veinte del siglo pasado en un pueblo perdido de Las Alpujarras.
Disfrutando.