Tienes dos días para pasar la audición. Será mejor que la pases, colega. Vas a unirte al circo. ¿A que es la mejor noticia que te han dado nunca?» Este ultimátum, en boca de un trío de payasos psicóticos, arroja a Jamie al terrorífico universo alternativo del circo de la familia Pilo, un mundo limítrofe entre el infierno y la tierra desde el que se han perpetuado las mayores tragedias de la humanidad. Sin embargo, en este lugar poblado por seres espantosos, grotescos y monstruosos en el que la violencia y el salvajismo son la norma, Jamie descubre que su peor enemigo es él mismo. Cuando se aplica el maquillaje blanco en la cara se transforma en J. J., el payaso más despiadado de todos. Y J. J. quiere a Jamie muerto...
De acuerdo, no es una obra maestra. No es una de esas novelas que te dejan marcado de por vida. Pero supone una novedad reluciente entre el ramillete poco vistoso de pachangas que corren por ahí. No hay zombis, No hay ni un átomo de eso que se ha venido a llamar romance sobrenatural.
Ni vampiros. Ni adolescentes con problemas. Ni un enigma esotérico que puede cambiar el rumbo de la historia. Solo imaginación y una visión fresca y hasta cierto punto original del terror.
En la biografía del autor se lee que comenzó a escribir la novela al serle diagnosticada esquizofrenia. Toda la narración está teñida por este hecho. Quizá nos muestra que no es sino el producto de un intento de interpretar, exorcizar o comprender dicha afección. Aunque quizá sea mejor hablar de una catarsis, de una terapia de choqué para comprender, para dibujar en un universo imaginado, desquiciado, peligroso mediante brochazos de aquello que torturaba su propia mente: dudas, miedos, prevenciones. Cada uno de los personajes, desde el protagonista en su dicotomía, hasta el último de los engendros descritos son como metáforas de los demonios interiores de autor.
Alguna vez he dicho que uno de los mecanismos de terror que más nos afectan son aquellos que ponen en entredicho, a través de las andanzas y la esencia de los personajes, nuestro equilibrio mental, nuestra visión de la realidad, y sobre todo la visión que tenemos de nosotros mismos. Elliot juega con ese mecanismo, lo sublima y lo aleja de su estructura más habitual: lo trastoca convertido en una narración acelerada, derrochando acción, mala leche y un sentido muy cáustico del humor y del miedo.
No es una novela redonda. Se nota que es primeriza, pero da igual, las virtudes pueden con los pocos defectos: la prisa que a veces recorre los párrafos y las acciones, un cierto desorden formal, un no profundizar en algunos de los personajes que hubieran dado bastante juego...
Poco ayudan las comparaciones que se han venido haciendo, más tópicas y con evidente ánimo comercial: King, Lovecraft. Elliot posee una forma muy particular de narrar, tendrá sus influencias, como las tiene cualquier narrador, pero las que se presentan con bombo y platillo desmerecen más que ayudan.
De lo mejor que he leído últimamente dentro del género.
Uno disfruta de una ralea de personajes inolvidables, frescos, vesánicos...